Luis Vitale

  • La Revista Punto Final publicó recientemente esta columna de opinión del escritor Jorge Montealegre, a propósito de la donación realizada por la hija de Luis Vitale a la Biblioteca de nuestra Universidad.

“Aquí los cielos azules, siempre límpidos, se cubren de estrellas en las noches, invitando a la ensoñación y a los viajes imaginarios”. Es un párrafo de una de las cartas que el historiador Luis Vitale (1927-2010) escribiera a su madre desde su prisión política en Chacabuco. “Es una antigua oficina salitrera, abandonada en 1948. Está ubicada en la Provincia de Antofagasta, en la región norte del país, en el desierto de Atacama”. Es minucioso para informar y transmitir datos y subjetividades. Nos habla del autocuidado: “…en esta zona no llueve casi nunca. Hay que evitar, por lo tanto, lavarse con jabón, conservando la grasa del cuerpo, porque si no se parte la piel”. La carta es de 1974, informativa de la situación anterior, del encierro en el Estadio Chile: “El contacto con la naturaleza, aunque sea agreste, porque aquí no existe ningún verdor, me ha vuelto en gran parte a la vida, después de haber estado durante más de medio año encerrado sin ver la luz del sol ni la belleza de la luna”. Esta y otra correspondencia, junto a sus libros, hoy día están en la “Colección Luis Vitale” recién inaugurada en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago y en el “Fondo Luis Vitale” de la Biblioteca Central de la misma casa de estudios, a la cual –entonces UTE- se había integrado como profesor de historia en el Instituto Pedagógico Técnico, desde 1968 hasta el golpe de Estado.

Perdí el pudor de leer estas cartas ajenas, quizá porque cuenta una historia que siendo personal también es colectiva. También porque sabemos que esas palabras cuidadosas eran leídas por los fisgones de la censura. Además, un testimonio de Luis Vitale tiene un valor por la conciencia que el historiador tenía de la necesidad de registrar y extraer nuevos conocimientos de la experiencia compartida. Por ello, gracias a la donación que hiciera su hija Laura Vitale, sus papeles ahora están a disposición de estudiantes e investigadores.

Sobre la prisión política publicó su libro La vida cotidiana en los campos de concentración de Chile, editado en 1979 por la Universidad Central de Venezuela. “He distribuido bastante bien mi tiempo, inclusive a veces me falta tiempo para realizar todo lo que quiero hacer. Sigo con mis estudios sociológicos de la novela chilena y pronto comienzo con la latinoamericana.” En otras cartas están sus comentarios sobre alguna novela y sucesivamente pedía nuevos libros para ocupar provechosamente el tiempo de cautiverio. A Vitale no solo lo recordamos en las penumbras del estadio Chile. También en el Estadio Nacional cantando “El arriero va”, de Atahualpa Yupanqui (Las penas y las vaquitas / se van par la misma senda. / Las penas son de nosotros, / las vaquitas son ajenas). De su paso por el siniestro Velódromo escribió un hermoso poema a propósito de la salida, encapuchado, de la sala de tortura –“El diálogo de las manos”-, que también se encuentra entre sus papeles donados a la U. de Santiago. Quienes compartieron con él en Chacabuco lo recuerdan dictando una valiente conferencia sobre la Guerra del Pacífico, que espantó a los militares. Seguramente, porque el oficial olvidaba o ignoraba que la charla se la había pedido nada menos que al autor de La Interpretación Marxista de la Historia de Chile.

Luis Vitale nunca dejó de militar. A su manera. Trotskista, en Argentina perteneció al Partido Obrero Revolucionario. Al inicio de los años cincuenta llegó a Santiago, donde se integró a la lucha sindical. Tarea en la que fue elegido Presidente del Sindicato de Empleados de Laboratorios y luego de la Federación de Química y Farmacia. Más tarde, en 1959, fue dirigente nacional de la CUT, donde compartió con el recordado Clotario Blest. En 1965, hizo clases en la U. de Concepción, tiempo en que participó en la fundación del MIR. Luego, militó en el Partido Socialista Revolucionario.

“Existe una escuela, organizada por los presos”, cuenta en la carta a su madre. “Yo estoy aprendiendo alemán y repasando un poco el francés y el inglés que los tenía bastante olvidados”. Intuía que un destino probable después de la prisión sería el exilio. En efecto, estuvo en Alemania, en la Universidad de Frankfurt, donde hizo clases y estudió un doctorado. Luego, en Venezuela, fue profesor en la Universidad Central de Caracas. “Yo he recuperado mi nacionalidad argentina –le escribe a Micha, su esposa-. Soy uno de los pocos extranjeros que aún queda detenido”. Hijo de inmigrantes italianos, Luis Vitale nació en Buenos Aires. Al radicarse en Chile tuvo la nacionalidad chilena; pero la Junta Militar se la quitó; no obstante, al regresar en 1990–ya en democracia- recuperó la nacionalidad chilena que tanto quería. Y siguió investigando, militando, escribiendo. Ya en 1991 junto a Juanita Gallardo publicó Balmaceda, sus últimos días, donde reconstruyen narrativamente la guerra civil de 1891 y los momentos postreros del Presidente mártir. En fin, ésa y el centenar de obras –individuales y en colaboración– tienen ahora un nuevo lugar de consulta junto a sus manuscritos. “Te recuerda mucho, tu hijo de siempre”, termina uno de ellos. Así se despide en la carta a su madre, escrita en el campo de prisioneros de Chacabuco.

(*) Jorge Montealegre, escritor e investigador U. de Santiago de Chile.