Angel Otárola egresó de nuestra Casa de Estudios en 1989 y, desde entonces, trabaja en el desarrollo de diversos proyectos astronómicos. Participó en el descubrimiento del sitio donde se instaló el proyecto Alma y actualmente es parte del equipo científico del Telescopio de Treinta Metros, del Instituto Tecnológico de California, ubicado en Hawaii.
Durante su reciente visita al país, el investigador dictó una conferencia en la Universidad sobre las interrogantes científicas que persisten en la exploración del Universo y las características de nuestro territorio nacional para el emplazamiento de observatorios.
“Un ingeniero está preparado para abordar diversos temas”, sostuvo Angel Otárola ante estudiantes y académicos del Departamento de Ingeniería Geográfica que asistieron a su primera conferencia en nuestra Universidad, el martes 12.
Egresado en 1989, el ingeniero Civil en Ingeniería Geográfica representa una noble paradoja: estudiando los suelos pudo desarrollar una carrera profesional que hoy mira al cielo, porque actualmente se trabaja como científico senior en el Proyecto Telescopio de Treinta Metros, (TMT) instalado en Hawaii. A través de su charla, acerca de la búsqueda de respuestas en el Universo y de los mejores emplazamientos para observatorios astronómicos, fue contando la historia. “Estamos con los pies en la tierra, pero los ojos en el Universo, creo que esa es la situación”, señaló.
“Mis estudios en ciencias básicas que (en la Universidad) son bastante fuertes en matemática y física, me permitieron abordar temas complejos, como los que se desarrollan en el área de Astronomía”, indicó refiriéndose a la tecnología que entonces comenzaba a utilizarse, como el sistema de posicionamiento global (GPS), que fue su tema de memoria.
Pronto fue contratado en Antofagasta, para el proyecto La Silla del Observatorio Europeo Austral (ESO), donde aprovechó su tiempo libre explorarando el desierto en busca de nuevos emplazamientos para proyectos astronómicos. Así fue que, junto a un equipo japonés, en 1994, descubrieron el llano de Chajnantor, uno de los lugares ideales para la observación astronómica debido a la sequedad del terreno, la cantidad de noches con cielos despejados y la menor incidencia de turbulencia atmosférica.
“Mi formación como ingeniero civil geógrafo fue oportuna, porque me dio herramientas para participar en el proceso de exploración en el norte de Chile y ayudar a identificar lugares donde se pudieron instalar finalmente proyectos astronómicos tan importantes como el Atacama Large Milimeter Array, el proyecto Alma”, sostuvo y explicó que además participó en otras exploraciones que se realizaron en la zona, y que permitieron la instalación de The Chajnantor Test Facility, telescopio de investigación de radiación cósmica del Instituto Tecnológico de California.
Buscando profundizar sus conocimientos para continuar en el camino de la Astronomía. En 2004 ingresó al programa de máster y doctorado en Ciencias Atmosféricas y Ciencias Planetarias de la Universidad de Arizona y tres años después fue contratado como científico para participar en el grupo de Óptica Adaptativa del proyecto de gran apertura TMT (Telescopio de Treinta Metros, del Instituto Tecnológico de California), donde se desempeña hasta la fecha, además de ejercer como investigador asociado en el Departamento de Ciencias Atmosféricas de la U. de Arizona.
Su conferencia se refirió a las excepcionales condiciones del norte de Chile para la instalación de observatorios, junto con explicar algunos de los temas en los que actualmente trabajan los astrónomos, como materia oscura, energía oscura y la posibilidad de vida en planetas fuera del sistema solar.
Transferencia tecnológica
Angel Otárola cree que nuestro país debería proyectar el desarrollo científico más ligado a la observación astronómica, para generar innovación tecnológica y transferencia.
“Nuestro país ha tenido bastantes beneficios, en el sentido de que los astrónomos chilenos tienen acceso a al 10% del tiempo de observación de los proyectos. Pero creo que la segunda etapa que el país tiene que comprometer es la trasferencia tecnológica, que los chilenos seamos capaces de empezar a fabricar los instrumentos para estas observaciones”, sostuvo aludiendo al desarrollo de estudios en mecánica de precisión, criogenia para la mantención de equipos, software y electrónica, entre otras disciplinas que apoyan la astroingeniería.
“Eso, definitivamente, tiene campo para las universidades” agrega refiriéndose a la necesidad de tener una pregunta científica que resolver, apoyo financiero y la confianza para fabricar el instrumento.
“La fabricación del instrumento netamente chileno podría tomar un plazo de 5 a 10 años y, ese proceso continuo donde se resolvieron los problemas técnicos y de ingeniería, y se incorporó lo último que podemos saber en ciencia, es dónde se genera la innovación tecnológica”, concluyó.