La revolución ucraniana duró 93 días, gatillada por un grupo de estudiantes que protestaron por la decisión política de no integrarse a la Unión Europea. Las y los ciudadanos querían otra cosa y se tomaron Maiden (una plaza en Kiev) y pasaron el invierno (- 7 grados) luchando cuerpo a cuerpo contra las balas y la brutalidad de una policía decidida a matar con tal de mantener un orden ficticio. La clase política de Ucrania no lograba entender, andaban siempre en la retaguardia, y tenían menos valor que sus representados. Cuando comunicaban los resultados a las bases, eran alentados a volver a las negociaciones con el Gobierno de manera urgente, porque el frío congelaba la paciencia. El Presidente dimitió, la revolución se sofocó a medias, la herida quedó y el país retomó un camino de transición lleno de complejidades. El documental está en Netflix, se llama “Winter of Fire”, y es estremecedor.
Plaza de Curicó, ciudad en calma, mañana del día 37 desde el llamado “estallido social”. Me invitan a un conversatorio sobre mujer y política. Hay 2 hombres y varias mujeres, entre los 17 y 75 años. Profesionales, trabajadoras, estudiantes, independientes, militantes. Hablamos de discriminación, de desigualdad, de derechos diferenciados dependiendo si naciste mujer u hombre. De colegios y liceos donde nunca les enseñaron educación cívica, pero sí les enseñaron a obedecer porque sí, sin aprender a pensar críticamente o a respetarse por ser personas en vez de imponer la discriminación por ser hija de madre soltera, o hijo de padres separados.
Una de las dirigentes estudiantiles critica a los partidos políticos, pero no a la política. Critica la manera como los grupos se adueñan de los partidos, y no hacen las cosas de manera transparente ni participativa, y menos con equidad de género. Ella tiene 19. Y quiere llevar el apellido de su mamá porque su papá nunca ha estado. Es dulce y luchadora, firme en sus convicciones y dispuesta a conversar para encontrar zonas comunes.
A todas esas mujeres les gusta la política, pero no la lógica de los partidos. Tienen interés en sus territorios, pero no tienen espacios para participar. Están atentas al acuerdo suscrito por los partidos, pero no les creen porque no las consideran, ni como mujeres ni como independientes. ¿Puedes participar en el proceso constituyente si eres mujer, joven, de región e independiente? ¿Y si además perteneces a un pueblo originario? ¿O tal vez puedes participar, pero nunca saldrás elegida? ¿Estas reglas del acuerdo actual son estructuras antiguas intentando resolver problemas nuevos?
En Ucrania la clase política iba como 100 metros atrás de las personas, temerosos y sin conducta. Aquí seguimos discutiendo unas verdades que sirvieron en los ’90, pero que ahora necesitan renovarse y abrirse a una real participación, sin condiciones ni frenos, ni amenazas de lecturas simplistas. Tenemos una fractura como país de una complejidad mayor, que no se arregla con un acuerdo basado en creencias de grupos políticos que les ha costado tanto modernizarse.
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