Jorge Canto Fuenzalida tiene 80 años. Se tituló de la Universidad Técnica del Estado en 1967, de la carrera de Ingeniería Civil Mecánica. Luego, desde febrero de 1979 hasta agosto de 1984, vivió con su familia en Mozambique, país situado al sureste de África y que limita al norte con Tanzania, república donde se encuentra la montaña más alta de África: el Kilimanjaro.
En su estadía en ese continente, Jorge, junto a un amigo, anhelaban subir los 5.895 metros de altura que tiene dicha elevación natural conformada por tres volcanes inactivos. Pero las diversas responsabilidades de la época, les impidieron hacer la travesía por la montaña independiente más alta del mundo. Con el paso del tiempo, las posibilidades fueron disminuyendo, pero el plan nunca fue descartado por Jorge.
El egresado de la UTE señala que siempre ha estado ligado al deporte. En su época universitaria jugaba básquetbol. Actualmente, entre otras actividades, camina y se moviliza en bicicleta de manera regular. Sobre esta última, comenta que el transporte de dos ruedas se ha convertido en una herramienta vital para mantenerse física y mentalmente activo, al punto que participa en un grupo de ciclistas con los que recorren lugares cercanos a Santiago una vez al mes.
En esta organización conoció a María Jesús Aguilar Díaz, con la cual inició una amistad. Conversando se dieron cuenta que, junto con venir del mundo de la ingeniería y estar de acuerdo en las bondades de la bicicleta, también compartían el gusto por subir cerros. Fue entre opiniones, reflexiones y comentarios que Jorge recordó su antiguo anhelo de subir a la cumbre africana. Se lo planteó a su amiga, ella aceptó y comenzaron un proceso de preparación en marzo de este año.
“Me hice circuitos de caminatas acá en Ñuñoa (comuna donde reside). Como la ruta que íbamos a realizar tenía cerca de ochenta kilómetros, hacía tramos de 14, de 10 o 5 kilómetros por esta zona. Caminaba hacia la cordillera, volvía, hasta hacer los 10 kilómetros; al otro día me tocaban 4 km y así. Cuando visitaba a mi familia, lo hacía a pie. Caminé harto en esos meses. Además, subimos algunos cerros de Santiago, además, por supuesto, de andar en bicicleta”, recuerda el ingeniero.
“Estuve a punto de renunciar”
Hasta que llegó el día. Jorge, María Jesús y Neil (turista norteamericano), comenzaron el ascenso el 4 de septiembre desde la Gate Lemosho (del Kilimanjaro National Park, Tanzania), acompañados de un grupo de catorce personas que los apoyaron durante el viaje con las comidas, acarreo de enseres, armado de campamentos, etcétera.
La primera jornada caminaron 6 kilómetros hasta MTI Mkubwa Camp. Luego recorrieron 8 km hasta el campamento Shira I Camp; al tercer día llegaron hasta Shira II Camp, tras 10 km; el cuarto trayecto fue de 4 km hasta Moir Camp; la quinta jornada fueron 10 km hasta Pofu Camp; en la sexta hicieron 6 km hasta Rongai Third Cave; mientras que el día antes de atacar la cumbre, recorrieron 6 km hasta Kibo Hut.
El 11 de septiembre, el día acordado para atacar la cumbre, Jorge cuenta que comenzaron a caminar a las 00.30 horas de la madrugada. La tarea era compleja. Caminaron 6 km, subiendo desde los 4.708 metros de altitud hasta los 5.895 metros, donde se encuentra Uhuro Peak el hito que da cuenta que la meta está cumplida.
“En una pausa, tras 3 horas de subir, debo reconocer que me sentí muy mal y estuve a punto de renunciar”, dice el ingeniero. María Jesús y el jefe de la expedición le preguntaron si tenía dolor de cabeza, entre otras consultas relacionadas con su estado de salud. A todas respondió negativamente. Entonces concluyeron que solo estaba fatigado y que desde ese momento bajarían el ritmo de subida.
Pasado el incidente, continuaron hasta que a “las cinco de la mañana empezó a aclarar. Es algo espectacular. Es una cosa muy bonita y que te enciende las energías. Fue un momento especial ver el amanecer desde más de cinco mil metros de altura”, relata. Siendo las 10.05 am llegaron a la cima, y pudieron sentir la satisfacción de cumplir un sueño. “Fue una alegría compartida por todas (os)”, rememora.
Luego de una hora en el hito, comenzaron el descenso. Fueron ocho horas hasta llegar a Millennium Camp (8 km desde la cumbre) ubicado a 3.810 metros sobre el nivel del mar. En total fueron más de 15 horas caminando en una sola jornada. Finalmente, el noveno día el grupo bajo 12 km hasta Mweka Gate, la última parada del recorrido.
A más de un mes de la hazaña, en una mesa adornada por unas tazas de café y un mapa del Kilimanjaro, Jorge se toma un tiempo para responder si repetiría la experiencia. “Me gustaría hacerlo otra vez”, concluye.
“Fue un proceso interesante y que dio sus frutos”
Jorge Canto es hijo de obrero trabajador de Ferrocarriles del Estado. Por su labor en esta empresa, su padre asistió a capacitaciones que realizaban profesores de la Escuela de Artes y Oficios. Para los días que recibía su sueldo, un ingeniero de la EAO llegaba con una regla de cálculo y sacaba cuentas de cuánto recibiría, lo que a sus ojos era inexplicable. Esos episodios hicieron que don Jorge Canto Soto catalogara a nuestra antecesora como “un importante centro del conocimiento técnico”, hace memoria.
Por eso no fue raro que a los trece años lo llevara a Jorge a que cursara el grado de oficios en la EAO. “Era una buena formación y una muy buena opción para gente que con poco estudiar podían tener un oficio bien pagado. Tornero, fresadores, matriceros, soldadores, etc.”, indica.
Se recibió del grado de oficios, pero quería seguir estudiando. Se decidió por la carrera de Ingeniería en Ejecución Mecánica, de la que egresó. Posteriormente, continuaría los tres años para completar sacar el grado civil de la especialidad. “Empezamos en ingeniería civil 180 mecánicos, pasamos a segundo 40 y salimos 23 al final. La deserción, sobre todo en primero, era grande nos sacaban la cresta (sic) con física y matemática. La escuela de ingenieros era cosa seria”, evoca.
Fue una década (1957-1967) ininterrumpidos los que estuvo ligado como estudiante. En esta etapa le tocó vivir la reforma universitaria de la década de los setenta. “Fue una revolución (…) fue un proceso interesante y que dio sus frutos. La UTE era una opción fantástica de formación de profesionales para hijos de obreros, de campesinos, una parte de la sociedad que estaba excluida”, comenta.
Luego, en 1969 vendría un periodo como profesor de Jornada Completa en el Departamento de Ingeniería Mecánica de la Escuela de Ingenieros Industriales, donde su mayor contribución fue conseguir la unificación de los Departamentos de la Especialidad de Mecánica de la Escuela de Artes y Oficios y de la Escuela de Ingenieros Industriales, siguiendo las orientaciones de la nueva organización aprobada por la Reforma Universitaria. En 1971 partió a la Compañía de Acero del Pacífico a implementar las políticas del gobierno de la Unidad Popular en el área de la Minería de Hierro.