Dra. Diana Aurenque

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Opinión de la académica Diana Aurenque: ¿Perdonar es humano?

Opinión de la académica Diana Aurenque: ¿Perdonar es humano?


Respecto de la última Cuenta Pública del Presidente de la República, Sebastián Piñera, mucho revuelo causaron sus dichos respecto a promover una Ley de Matrimonio Igualitario, sobre todo en la derecha. Menos reacciones, sin embargo, han causado su pedir “perdón” por no dar respuestas sociales oportunas en medio de la pandemia. Se esperaba que pidiera perdón y se cumplió. Pero, ¿sirve que un mandatario pida perdón?

Solicitar perdón puede tener una enorme fuerza simbólica también en política. Los libros de historia recuerdan, por ejemplo, cuando el canciller alemán Billy Brandt, en su primera visita a Polonia en los años 70, se arrodilló ante el monumento a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Brandt no pronunció palabra alguna, pero su arrodillarse fue considerado un gesto de humildad, arrepentimiento y un intento por reconciliación.

Ahora bien, ¿basta pedir perdón para aceptarlo? ¿Podemos perdonar? El poeta inglés Alexander Pope, enunció en el siglo 18 una frase famosa, al menos, en parte: “Errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios.” Por cierto, la idea del perdonar se vincula fuertemente a la tradición judeocristiana; pero, veremos, no es exclusiva a ella.

El perdón y la disculpa son semejantes. Ambos tienen que ver con el reconocimiento de una culpa o de una falta cometida que se intenta rectificar. Ellos aspiran corregir una asimetría y un daño causado, para así reconciliar víctima y victimario. En la justicia ordinaria, la sanción viene a reparar el daño hecho; pero en el caso del perdón, no hay castigo de por medio.
En ese sentido, el perdón intenta ser una alternativa que corrija una injusticia. Más, para que esto ocurra deben existir condiciones tanto por parte de quienes solicitan el perdón, como por parte de quienes podrían perdonar. Solo enunciar el perdón no es suficiente.

Como indica la cita de Pope, solo Dios con su amor infinito podría perdonar sin pedir nada a cambio. Para los mortales que somos requerimos que quien se disculpe lo haga con genuino arrepentimiento. Pero ¿cómo perdonar sin poder entrar jamás en los secretos de la mente y el corazón humano?.

Para algunos filósofos griegos, el perdón puede ser aceptado o bien por comprender que la naturaleza humana es débil y erra (como señala Pope) o bien porque el error fue cometido por ignorancia. Por su parte, en el medioevo y en la patrística el perdón es visto como acción divina y no humana; un acto de amor infinito que expía y salva a la humanidad de una culpa que lo atraviesa estructuralmente.

En la modernidad esto cambia, y el perdón encarna un sentido más político y laico. El perdón, será visto como un acto razonable y civilizatorio; porque cuando se perdona, quien perdona declara estar en concordia con el ofensor y renuncia al impulso de buscar venganza. Así, Thomas Hobbes recomendará perdonar a los ofensores (arrepentidos) con el objeto de mantener la paz.
Perdonar quiere en gran medida reconciliar, pero aquí algo fundamental debe ocurrir: el olvido. Si perdonar es un acto libre, jamás obligado, donde se acepta perdonar a un agresor, entonces quien perdona debe poder olvidar la falta. Pedir perdón es siempre de algún modo borrar de la memoria; dejar atrás el pasado doloroso para abrir un futuro.

Esa posibilidad de perdonar y olvidar, obviamente, no puede ser exigida. Y precisamente en ello radica un poder oculto en quien perdona. Nietzsche fue quizás uno de los filósofos que mejor lo notó. En tanto el perdón es siempre regalado, quien lo otorga libera al ofensor, pero a la vez lo mantiene en su deuda permanente. Quien absuelve al agresor de su culpa, así sin más, demuestra ser moralmente superior. Así, en el perdonar se invierte la asimetría y quien perdona, la víctima inicialmente se convierte ahora en poderoso.

Y en todo esto, hay también lo imperdonable. Para Hannah Arendt, el “mal radical” (Arendt piensa en el holocausto) es lo que jamás debió haber pasado, y por ello no es perdonable. Siguiendo a Arendt y comparado con el genocidio como paradigma del “mal radical”, quizás sería exagerado catalogar los errores en la gestión del Presidente como imperdonables.

Pero sí quizás es más razonable volver al poeta Pope, resignificarlo y desde ahí enjuiciar. Probablemente, lo que pueda ser el perdonar humano tiene que venir siempre de la mano de una sabiduría para enmendar y rectificar. Siendo así, ya no importa si hay o no un alma arrepentida detrás del perdón; lo que corresponde es que no haya olvido de la deuda por acciones concretas que rectifiquen la injusticia.

(Columna de opinión publicada en The Clinic, 03.06.2021)

 

Opinión de la Dra. Diana Aurenque: Por una pandemia feminista

Opinión de la Dra. Diana Aurenque: Por una pandemia feminista

En el mes del día internacional de la mujer, 8 de marzo (8M), y que coincide con el inicio de la pandemia, resulta urgente hacer balances; aun cuando estos no sean alegres.
 
Pese a las últimas reformas y generación de políticas públicas contra la violencia de género, o de haber logrado asegurar la paridad en el proceso constituyente –un resultado que, no obstante, surgió desde las calles y no de los gobernantes–, las cuentas son desalentadoras. Tal como fue atestiguado en diversos medios de comunicación, por informes de la ONU Mujeres o el propio Ministerio de la Mujer, durante el 2020 se registró un aumento de casos de violencia contra las mujeres. Con espanto, se registraron 43 femicidios consumados y 151 frustrados a lo largo del país, siendo esta última la cifra más alta de los últimos 8 años.
 
La evidencia es clara: La pandemia incrementó las brechas de género en general. Pues las mujeres no sólo han sido objeto de violencias espantosas, sino también de agravios e indolencias mucho más sigilosas y estructurales.
 
En cuanto las mujeres históricamente han sido vinculadas a labores del cuidado (del hogar, hijos, terceros y/o familiares), la crisis sanitaria amplificó sus responsabilidades. Su empleabilidad disminuyó, al igual que sus salarios, y su salud mental está más deteriorada; es decir, más desfavorables que los hombres.
 
Ser mujer, madre-cuidadora y trabajadora es en tiempos pandémicos una tarea prácticamente insostenible. Y si bien esto es transversal, afecta de manera más profunda a mujeres en condiciones de mayor vulnerabilidad: la realidad de muchas mujeres envejecidas, pobres, rurales, indígenas o migrantes es desoladora.
 
El 8M conmemora las luchas del feminismo; tanto las pasadas como las pendientes. En ello se levanta la exigencia por reconocimiento, protección y tolerancia cero ante cualquier forma de violencia y discriminación contra las mujeres; sea reproductiva, laboral, política o familiar. Uno de sus pilares es prevenir y protegerlas de la violencia física o sexual, algo que según datos de la Organización Panamericana de la Salud le ocurre a 1 de cada 3 mujeres. Pero ¿cómo evitar la violencia intrafamiliar que ocurre en el hogar en pleno confinamiento? Con frecuencia el lugar protagónico de aquellos terrores es la propia morada, y esto se agudizó con la pandemia.
 
Para la protección de las mujeres debe asegurarse no sólo disponer de servicios de atención integral a las víctimas, sino también contar una política real de tolerancia cero a la violencia contra ellas. Y aquí no sólo es clave el diálogo de la política con organizaciones feministas para identificar necesidades y jerarquizar acciones, sino también garantizar servicios policiales y judiciales que prioricen su atención al cuidado y reparación de las víctimas. 
 
“¿Cómo evitar la violencia intrafamiliar que ocurre en el hogar en pleno confinamiento? Con frecuencia el lugar protagónico de aquellos terrores es la propia morada, y esto se agudizó con la pandemia”.
 
Pero en Chile, la protección policial para las mujeres no está garantizada. Los abusos por parte de agentes del Estado no han sido reconocidos y condenados con la dureza requerida; por ejemplo los ocurridos tras el 18 de octubre. Esta es la prueba más clara de que eso de que se condena la violencia “venga de donde venga” es falso. 
 
Tampoco su protección judicial; de los femicidios judicializados en los 3 últimos años, apenas un 14% fueron resueltos y un 51% siguen pendientes… ¡3 años! Asimismo, y en materia de derechos reproductivos, la demanda por despenalizar el aborto más allá de las tres causales actuales, así como de impulsar una educación sexual no sexista integral e inclusiva, sigue como temas pendientes.
 
En ese sentido, el balance debe ser uno: la pandemia debe incluir un enfoque feminista. Las medidas en torno al manejo de la crisis sanitaria tendrán que ser armonizada con una agenda que proteja a las mujeres. Las medidas de control sanitario este 2021 no sólo deberán regirse por criterios epidemiológicos y socio-económicos, sino también por un enfoque feminista. El alza de los contagios en el último tiempo obliga a medidas diferenciadas, no centralistas y que focalicen, por ejemplo, el toque de queda y el confinamiento en los lugares más afectados. O ¿de qué nos sirve evitar la muerte de mujeres por COVID-19, pero dejarlas al desamparo de una violencia machista y virulenta contra la que aún no hay vacuna?
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