Según el último balance del Directorio de Transporte Público Metropolitano (DTPM), evaluación hecha por ‘pasajeros incógnitos’, ninguna de las siete empresas operadoras del Transantiago ha cumplido con el estándar mínimo de calidad desde hace cinco años. Al respecto, la ministra de Transportes, Paola Tapia, sostuvo que se están tomando medidas para mejorar la percepción de los usuarios. En ese sentido, destacó que la nueva licitación contempla incentivos para que las empresas obtengan mayores ingresos, dependiendo de la evaluación de los pasajeros.¿Sería mejor aplicar multas en vez de incentivos? ¿Hacer de esto algo obligatorio y no optativo? Para el experto en transporte urbano y académico de la Universidad de Santiago de Chile, Rodrigo Martin, la respuesta es negativa. “Cuando tienes un sistema que económicamente no está bien resuelto, incluir una multa puede hacer que las cosas sean más difíciles”, afirma.El especialista considera que en la medida que las empresas vayan cumpliendo los estándares que exige la nueva licitación, los incentivos se transformarán en un ingreso normal para las empresas, por lo que no cumplirlos, en la práctica, tendría el mismo efecto que una multa. “Están apareciendo incentivos dentro de la nueva licitación para que la calidad para los usuarios sea mejor”, estima.Martin señala que lo más destacable de la nueva licitación es el cambio de enfoque en cuanto a la forma de entregar recursos a las empresas, que considera la opinión de los pasajeros. “Los incentivos tienen que ver con una interpretación que sugiere que Transantiago debe surgir a través de una participación más importante de las personas, y no solo como un esquema de ingeniería, abstracto, que fue como se inició el Transantiago”, considera.Causas de la mala percepciónPara Martin, la principal causa de que los pasajeros califiquen con menos del 85% de cumplimiento aspectos como la conducción de los choferes, deficiente acercamiento a los paraderos, falta de claridad respecto a la información de los recorridos, etcétera, se debe, fundamentalmente, a males que se han enquistado como estructurales para el sistema de transporte.“Uno podría ir en un bus con wifi y asientos muy buenos, pero si no pasa a la hora, va a seguir teniendo una percepción negativa del sistema”, explica. “Se han ido sumando cosas, una sobre la otra. Tenemos una mala calidad en términos funcionales, en variables como tiempo y frecuencia. Si eso se ha sostenido durante los diez años que ha durado el transporte, genera un desánimo gigantesco”, insiste.Por eso, afirma que un cambio de nombre o de colores de los buses no provocaría modificación en la opinión de las personas. “Para mejorar la percepción hay que avanzar en problemas fundamentales que van desde las vías exclusivas, velocidades, la calidad del servicio en términos de frecuencia, y luego sumarle todo lo demás, que tiene que ver con confort y tipologías de buses, y servicios asociados a los buses”, indica.“El efecto real en las personas es algo que hay que construir responsablemente, a largo plazo. No se trata de cambiar el nombre ni de hacer una campaña de marketing”, concluye.
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El especialista en transporte urbano y académico de nuestra Institución, asegura que el hecho de que ninguna de las operadoras del Transantiago cumpla el mínimo de calidad, según sus propios usuarios, se debe a deficiencias estructurales, como la baja velocidad y frecuencia de los buses. Sin embargo, estima que aplicar multas sobre un sistema con malos resultados económicos puede hundir aún más al transporte capitalino. Por eso, apoya la elaboración de un modelo que entregue incentivos a las empresas.
Redacción