El sueño de muchos jóvenes, mientras se encuentran en la educación superior, es poder viajar al extranjero, ya sea para continuar estudios o ampliar su espectro cultural, pero no siempre existe el apoyo y el financiamiento para materializar este anhelo.Es así como Aiesec aparece como una posibilidad para alcanzar la meta. Con presencia en 110 países, y con más de 70 mil miembros, ésta se define como una red global de jóvenes de educación superior calificada como la más grande del mundo, y enfocada en desarrollar liderazgos juveniles. Rebecca Cajas González fue una de los más de 80 jóvenes de la U. de Santiago que anualmente desarrolla un voluntariado gracias a la agrupación. La estudiante del último año de la Carrera de Pedagogía en Matemática y Física, llegó hasta este programa a través de internet, específicamente por el blog de un joven que recomendaba Aiesec.“Andaba buscando voluntariado en otros países porque siempre he participado en estos tipos de experiencias, mas nunca en el extranjero”, explicó Cajas. La postulación la realizó en septiembre del año pasado y destacó la rapidez de los trámites. Proyecto Rebecca escogió Córdoba por el proyecto más que por la ciudad. Como se trataba de un trabajo en el área de la educación, se inclinó por una iniciativa cuyo objetivo era que niños y niñas –entre 6 y 12 años- no desertaran del sistema escolar.La joven inició sus funciones en un centro de vecinos ubicado en un sector con altos índices de hechos delictuales. Por lo mismo, el objetivo de este recinto era acoger y mantener protegidos a los niños una vez que estos salían de sus colegios y no anduvieran por las calles. En el centro trabajaban otros profesionales e incluso padres y madres que venían de otros sectores. Allí se hacían distintas actividades educativas y recreativas como talleres de boxeo, karate y danza, además de apoyo en sus tareas escolares y a algunos en aprender a leer y escribir.Si bien Rebecca llegó como apoyo educativo, debió enseñar contenidos que se salían del área de la Matemática o la Física, pero tenía que adaptarse a las circunstancias. “Enseñé a escribir y leer a niños que tenían dificultades con las letras, y terminé haciendo un taller de arte reciclado para que las mamás pudieran participar en danza y dejar a sus hijos con nosotros”, sostuvo.Además, en el centro se organizaban para vender ropa usada y reunir fondos, y Rebecca también era parte de esto. “Intenté hacer distintas actividades con los niños, independiente de que no era mi área”, explicó. Pero una de las tareas más recordadas por la joven fue dedicarle tiempo a ordenar la biblioteca que había en el recinto y dejarla habilitada como un espacio exclusivo para los niños.“Tenían muchos libros pero estaban desordenados y no eran utilizados por los menores, así que con mi compañera de Brasil ordenamos e hicimos que ese espacio fuera de los niños. Nuestra idea era que ellos sintieran que la biblioteca era su espacio”, apuntó Rebecca. Más fue la alegría de las profesionales al ver que una vez finalizada la labor en la biblioteca, los mismos niños comenzaron a preocuparse de ordenar. “Ahora ya saben que ahí les pueden enseñar a leer y escribir, y también exigían ese espacio”, sentenció. Dificultades Como en toda experiencia, no todo fue amable para Rebecca, y es que al principio le costó acostumbrarse a la comida porque es vegetariana y en el centro se consumía una buena cantidad de carne.Asimismo, comunicarse con sus compañeros brasileños fue un problema al inicio, ya que no manejaba el idioma portugués. Sin embargo, lo más difícil para la estudiante fue conocer la realidad de los niños y sentir impotencia por no poder ayudar de otra manera. “Creía que lo que hacía no era suficiente, pero los niños me daban ánimo al verlos reír y aprender”, agregó. Aprendizaje Pasado el tiempo desde que dejó Córdoba y a los niños, Rebecca ha sacado en limpio las lecciones que aprendió como persona y futura docente. Según ella, esta experiencia la ayudó a salir de su zona de confort y adaptarse a las diferentes circunstancias, entre ellas, la falta de materiales.“Aprendí a hacer mucho con poco y también la importancia de escuchar a los niños, ya que yo iba con ideas, pero ellos mismos te van entregando una guía”, relató. En ese sentido insistió en que “no siempre las cosas van a salir como las tenías planeadas, pero al adaptarse pueden salir mucho mejor de lo que esperabas”. Junto con ello, el voluntariado hizo que se saliera de la estructura rígida de enseñanza, y aprendiera a aplicar nuevas formas, como los juegos.“A los niños las matemáticas les da miedo, se aburren y lo encuentran difícil, pero ahora aprendí maneras de hacer entretenida la forma de aprender”, enfatizó. Rol social en la U. de Santiago “La Universidad de Santiago nos forma con un gran compromiso social. Aparte de interactuar con personas de todos los sectores en un mismo lugar, siempre hay temáticas que preocupan al entorno, no nos quedamos ajenos a las necesidades del país”, manifestó Rebecca en alusión al sello de nuestra institución y sus egresados.De acuerdo a la joven, a diferencia de otros compañeros que estudian Pedagogía en otros planteles, esta Universidad te entrega ese compromiso social. “Yo decidí estudiar mi carrera aquí por los movimientos sociales que surgieron mientras estaba en el liceo y que venían de esta misma institución”, señaló.El relacionador universitario de Aiesec en el Comité de la U. de Santiago, Juan Andrés Neculhual, dio a conocer que ahora Rebecca es parte de la asociación y apoya a través de la difusión. Esto ocurre con aquellos jóvenes que vivieron una buena experiencia de voluntariado. Así ofrecen charlas y contactan a otros estudiantes interesados en integrarse a un proyecto que impacte de forma positiva en la sociedad.
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Mientras cursa su último año en la Carrera de Pedagogía en Matemática y Física de nuestra Universidad, Rebecca Cajas, motivada por su responsabilidad social, hizo maletas con el fin de trasladarse a la periferia de la siempre bullente ciudad de Córdoba, en Argentina. Su objetivo era claro: trabajar en un proyecto educativo junto a niños que viven en un entorno de alta vulnerabilidad. Ella formó parte del grupo de más de 80 jóvenes del Plantel que anualmente desarrolla un voluntariado gracias al programa de la Asociación Internacional de Estudiantes de Ciencias Económicas y Comerciales (Aiesec), organización que trabaja de manera mancomunada con nuestra Casa de Estudios.
Redacción