Quizás lo que mejor describe a Ana María Contreras- la primera Doctora en Ciencias de la Educación, Mención Educación Intercultural por la Universidad de Santiago de Chile- es la compasión. No aquella que versa en los diccionarios, sino la que algunos grandes literatos entienden; es decir la comprensión y respeto por el dolor ajeno. Aquel padecimiento que nace de la incapacidad de entender la otredad, marcada por las desigualdades de la sociedad.
Ana María Contreras Duarte es Trabajadora Social titulada por la Universidad de Chile en 1981. Se desempeñó- por más de 15 años- en programas enfocados en mejorar las condiciones de vida de los habitantes de distintas comunas de la Región Metropolitana, asolados por la pobreza y sus implicancias. Así, durante los años 80 combatió con entereza los graves problemas de desnutrición que aquejaban profusamente a niños vulnerables de la capital. Su tenaz lucha continuó en un centro comunitario de la población Los Navíos de La Florida, donde se abocó a la prevención y tratamiento del consumo de drogas.La flamante doctora confiesa que optó por este posgrado, en primer lugar porque es ofrecido por una institución pública y acreditada como la Universidad de Santiago de Chile. En segundo lugar, por ser una propuesta novedosa y pionera en el campo de la educación. Sin embargo, pese a todas estas sólidas características, lo que más valor le otorga al programa no son sus contenidos, sino la posibilidad de reinterpretar la experiencia a través de nuevos prismas. “Más allá de la calidad del programa, lo que importa es la experiencia propia y que el programa permita trabajarla a partir de nuevas lecturas”, explica.De su paso por nuestra Institución, la Doctora Contreras rescata experiencias enriquecedoras: “Primero tuvimos clases en dependencias del campus central, por lo que poco gozamos un poco de la vida universitaria. Recuerdo haber asistido a un concierto y a un foro.Luego nos trasladamos a una casa en calle Gorbea, que nos permitió trabajar más tranquilos”, evoca.Un poco de historiaEl 6 de enero 1981, se promulgó la Ley General de Universidades. Bajo su amparo, instituciones de larga vocación y tradición pública como la Universidad Técnica del Estado- hoy de Santiago- o la de Chile, fueron despojadas de sus sedes regionales, convirtiendo cada una de éstas en órganos autónomos. Escudados en el artículo 19 de la Constitución Política de la República y la libertad de enseñanza que permitía “el derecho de abrir, organizar, y mantener establecimientos educacionales”, comenzó un proceso paulatino de apertura que se vio consolidado con la fundación de más de una decena de organizaciones de educación superior privada.Los nuevos centros de educación superior se establecieron como un sendero alternativo para entrar a la universidad. Desde su irrupción, las calificaciones y puntajes en las pruebas de selección dejaron de ser el único camino: el dinero, a través del crédito, se constituyó como la vía para otro tipo de estudiante “no tradicional”, que presentaba claras deficiencias formativas y que sin la variación en el acceso, jamás habría proseguido sus estudios. Para Ana María Contreras, su aventura en la interculturalidad nació de la inquietud por comprender la diversidad que el novel sistema proponía.“Mi interés por la interculturalidad tiene que ver con que venía trabajando con la diversidad social y cultural en las universidades. Además, el proceso de masificación había traído un tipo de estudiante distinto al tradicional. Mi idea era encontrar desde la perspectiva intercultural, elementos que me permitieran legitimar este tipo de estudiantes en la educación superior”, reflexiona la doctora Contreras.Reconocer al OtroY en el proceso de entender e integrar, Ana María Contreras comprendió que mientras las diferencias fueran percibidas como desventajas, y no como potencialidades, poco posible sería cambiar el paradigma actual. “En la medida que yo pienso que el estudiante tiene escaso capital cultural, que es vulnerable y lo voy construyendo desde el déficit, es difícil que en mi relación educativa pueda valorar lo otro. Hay un juego medio perverso, puesto que la categoría del proceso está más bien puesta en la calidad del estudiante y ella está evaluada a partir de su desempeño en la PSU (Prueba de Selección Universitaria)”, precisa.Para llegar a tales conclusiones, la prima doctora aplicó la teoría del reconocimiento de Axel Honneth en la realidad nacional. Desde esta perspectiva, el individuo se construye como tal -respecto de sus semejantes- a través de la consideración de sus particularidades. Su carencia- según el filósofo Alemán- puede materializarse en profusos daños a la estructura de personalidad. Asimismo, las organizaciones que tienen cristalizadas tales formas de identificación, son vitales para la subsistencia y cohesión social.La reforma educacional es una de las medidas que el gobierno de Michelle Bachelet ha planteado como prioritaria. Entre sus puntos más destacados están la gratuidad universal y el fin al lucro. Para la doctora Contreras, efectivamente uno de los caminos para alcanzar mayor equidad en el sistema de instrucción consiste en la distribución más equitativa de los recursos. Sin embargo,al parecer no es el único. Según su trabajo de tesis “Diversidad Sociocultural, Equidad e Interculturalidad en las Creencias Docentes y Discursos Institucionales en Universidades Privadas con Proyecto de Inclusión”, el reconocimiento entre los individuos -y sus diferencias constitutivas- que componen una comunidad educativa, es vital para desarraigar las brechas en enseñanza. “Cuando estamos hablando de interculturalidad estamos hablando de reconocimiento. De legitimar al otro en el espacio universitario, sentencia la Dra. Contreras.Repensar la UniversidadAl preguntarle a la Doctora Contreras sobre si las transformaciones, que impulsa el Ejecutivo, pueden propiciar la educación intercultural, contesta: “Depende del tipo de educación intercultural que el Estado conciba”. Hay -según ella- acciones compensatorias, como el ranking de notas o vías especiales de ingreso, que a la larga no sirven. “Tenemos que generar mejores condiciones y mirar cómo hacemos una universidad distinta. Seguimos con una perspectiva de universidad monocultural, en donde hay una sola forma de investigar y una sola forma de entender el conocimiento, con estructuras jerárquicas y donde la vinculación con el medio es escasa”, remarca.El cambio pasa por redefinir lo que es el capital cultural. Según Ana María Contreras, se tiende a configurar una sola definición y que alude a un cierto nivel de conocimientos, dominio de idioma extranjero y redacción, entre otros indicadores. ¿Podemos idearlo de otra forma?- se pregunta mientras agrega- “¿si tenemos otro tipo de estudiantes, se puede pensar en diversas formas de hacer universidad?” La doctora, evoca los casos de universidades interculturales como la del Estado de Puebla en México y la Indígena en Bolivia, y de algunas tradicionales que han introducido ciertos elementos de esta índole en su sistema. “En el fondo, permiten otras cosmovisiones. O sea no sólo el pensamiento occidental, sino que aprendamos otras formas como las de las culturas originarias”, remarca.En la apertura del nuevo paradigma institucional, se construye una simbiosis con la comunidad que sustenta el desarrollo armonioso entre las partes. “La Universidad está asociada a un espacio y lo reconoce. Tiene vínculos con los vecinos y le presta servicios a éstos. En algunos casos la comunidad -incluso- tiene representantes en sus directorios”, ejemplifica Ana María Contreras, al tiempo que hace hincapié en que hoy la relación es poco fluida debido a que se basa en las prácticas profesionales que los estudiantes realizan exclusivamente para conseguir un título.Un gran Doctorado, un gran aporteDel Doctorado en Ciencias de la Educación, Mención Educación Intercultural de la Universidad de Santiago de Chile, Ana María Contreras destaca que“el mayor aporte del programa es que posibilita la constitución de nuestro quehacer, como profesionales de la educación, en objeto de estudio y reflexión. Lo anterior es un paso fundamental para pensar cambios en la educación”. Igualmente, resalta la calidad de su cuerpo académico, entre quienes distingue a su directora María Soledad Erazo, Doctora en Educación por la Pontifica Universidad Católica de Chile; al Doctor en Antropología de la Universidad de Hamburgo Gunter Dietz y a Hugo Zemelman (QEPD) , sociólogo, investigador y fundador del Instituto Pensamiento y Cultura en América Latina (IPECAL) de México. “Es un equipo compuesto por académicos nacionales e internacionalesy especialistas en la materia, quienes me permitieron una aproximación critica a este campo disciplinar”.Ana María Contreras Duarte, como la primera Doctora en Educación por la Universidad de Santiago de Chile, ya ha comenzado a deslindar una nueva concepción sobre educación, más inclusiva, integradora y justa.