Opinión del historiador Cristián Garay: Otra vez crisis en el Medio Oriente

Israel subsiste porque el mundo árabe no es uno, ni siquiera es solo árabe (es iraní, egipcio, turco), y porque los grandes poderes musulmanes tienen estrategias divergentes. Si hay una afirmación que se revalida año a año es el vaticinio respecto que el “próximo año habrá una crisis en el Medio Oriente”.

Efectivamente, en pocos lugares del mundo la conflictividad religiosa, étnica y de poder adquieren densidades más altas y en términos de ganancia o pérdida absoluta, pasando por muchos imperios que han dejado su huella y sus luchas, entre los más recientes el Imperio Turco y los mandatos coloniales británicos y franceses, sin contar con la cercanía egipcia.
Desde el nacimiento del Estado de Israel la consigna del mundo árabe ha sido su supresión. El mundo árabe sostiene que los israelíes hacen una guerra imperialista para judaizar la zona y revivir el antiguo reino de Sión a costa de la población que en esos años era la dueña de esas tierras concedidas por los aliados para resarcir la falta de un hogar nacional, bajo la sombra de los estragos del exterminio de la Alemania nazi.
Durante décadas las sucesivas guerras fueron trabando una relación que incluyó también la guerra civil libanesa entre cristianos y musulmanes, y el proyecto de una Gran Siria que abarcaba a ese país y se proyectaba sobre Israel. Actualmente, los enemigos de Israel son más lejanos, pero no menos activos. Uno es Irán, que apoya a las milicias Hezbollah y Hamas, una en El Líbano y la otra en la Franja de Gaza.
Algunos misiles usados en los ataques, los Badr-3, con alcance de 260 kilómetros, han sido proporcionados por Irán a la Yihad Islámica Palestina (habían sido usados por milicias chiitas en la guerra civil de Yemen) y marcan la pauta de aceleración de la presencia de Teherán en el centro del conflicto.
Jamenei reconoció el 22 de mayo de 2020, en un discurso, que estaban proporcionando armamento a las milicias palestinas, con la finalidad de destruir el Estado de Israel.   “El régimen sionista -precisó- es un letal tumor cancerígeno en la región. Sin la menor duda, será extirpado y destruido”. El otro es Turquía, que con más sutileza ha tratado de explicar que judíos y árabes vivían mejor bajo el manto del Imperio Turco. Erdogan ya creó una zona de influencia directa en la zona kurda, donde los alcaldes del gobierno autónomo han ido cayendo bajo el pretexto que son una influencia terrorista en la región. Añadamos a Estado Islámico y antes a Osama bin Laden.
Pese a todo ello, Egipto se integró a los Acuerdos de Abraham para normalizar las relaciones con Israel, y puede y quiere jugar un papel en la crisis de mediador, en lo que recibe apoyo de Qatar. Una crisis que además es contigua a su territorio. Israel subsiste porque el mundo árabe no es uno, ni siquiera es solo árabe (es iraní, egipcio, turco), y porque los grandes poderes musulmanes tienen estrategias divergentes.
Egipto se vuelve a la paz, mientras Turquía e Irán tratan de cambiar el equilibrio de poder, y Arabia Saudita refuerza su perspectiva de líder del mundo sunita. Por ello el régimen saudita, que propugna el fundamentalismo wahabita, combate las tendencias chiitas en Yemen, apoya a un bando en la guerra civil libia y juega con diferentes armas, entre ellas la económica, para contener a la minoría chiita y a los iraníes.
En este contexto, el fortalecimiento de Israel tiene que ver con la determinación de sus habitantes de consolidar la homogeneidad de su territorio, y por ello han avanzado en proyectos de instalación de colonos en el barrio de Sheikh Jarrah, la zona musulmana de Jerusalén Este, que para los judíos es la capital del Estado y no Tel Aviv.
Para detener este proceso, Hamas, administradora de la Franja de Gaza desde 2007, ha atacado directamente las poblaciones israelíes lanzando unos 3.500 cohetes. Estos fueron acumulados en sedes no partidistas para el ataque realizado, durante el periodo más duro de la pandemia. En contraste, el sistema antimisiles israelí, la Cúpula de Hierro, ha detenido casi el 90% de los ataques, reduciendo al mínimo las bajas por la fiabilidad del sistema: apenas 12 víctimas.
Han respondido con bombardeos hacia objetivos militares situados en núcleos poblados y algunos túneles, provocando 232 víctimas, entre dirigentes militares y también civiles. Y como ha dicho el Primer Ministro Benjamin Netanyahu, tienen la determinación de ir con estas operaciones “hasta el final”, si bien todo indica que el daño mayor debía detenerse este 21 de mayo con el cese de hostilidades provisional gestionado por Egipto.
Desde luego la causa de este conflicto entre Israel y la Franja de Gaza (la parte controlada por Al Fatah ha sido más pasiva) está interconectada, pero es absurdo exigir al Estado de Israel la proporcionalidad en materia de respuestas militares, toda vez que Hamas ataca directamente a la población civil con la aceptación de la autoridad palestina.
Está claro que la proporcionalidad que se exige desde los escritorios de Naciones Unidas es teórica y no puede ejercerse bajo una agresión en regla como es la situación actual, en que miles de cohetes salen en busca de ciudades y localidades israelíes. Las condiciones de Hamas para una paz son que Israel se comprometa a no desplazar a los palestinos de Jerusalén Este (habitantes que han optado por la vía judicial ante tribunales israelíes), y a no enviar fuerzas militares o de seguridad a la explanada de las Tres Mezquitas, considerada sagrada para los musulmanes, exigencia que segregaría la ciudad de la jurisdicción israelí y es inaceptable para cualquier Estado que quiera conservar su dominio.
Para algunos (Khaled Abu Toameh, 18-05.2021 ), esta es una “guerra iran픝, posibilitada por el apoyo logístico de Irán. Pero, más allá de eso, este es un conflicto de absolutos, donde lo que pierde uno lo gana el otro, regido por imperativos emocionales y religiosos, incapaz de racionalizarse, lo que impide dar apoyo a cualquiera de las partes, pese a que por curiosidad de la política local estemos ad portas de un candidato presidencial que quisiera encender la pradera de un bosque y un fuego que nos son ajenos, introduciendo el tema del apoyo a un bando en la política exterior. Insistir en la paz y resignarse a la conflictividad del Medio Oriente parecen ser dos situaciones unidas. Si se logra resolver, se merece un Premio Nobel.

Fotografía
Categoría