Tiempos de avances y retrocesos: La elección de Trump, los derechos de las mujeres y la necesidad de seguir reivindicando la igualdad y la autonomía

Columna de la doctora Débora Jana Aguire, coordinadora del Observatorio de Género y Diversidad de la Universidad de Santiago de Chile.

El triunfo de Trump en Estados Unidos ha puesto, una vez más en la palestra, la discusión sobre el futuro de los derechos de las mujeres en ese país y su impacto en el acontecer político y social de nuestra región. Múltiples voces han asomado y, entre ellas, las de quienes nos preguntamos por las raíces de los retrocesos en materia de igualdad precisamente en escenarios de avances y consagración de derechos para las mujeres. 

La victoria del líder republicano puso en evidencia, primero, la aparente imposibilidad de tener a una mujer como mandataria de Estado en 250 años de historia del país. Primero fue el rechazo a Hillary Clinton y luego a Kamala Harris. No podemos no contrastar esta situación con lo ocurrido en los países de América Latina y el Caribe. Si bien el número aún es bajo, ya son más de una decena las que han llegado a la presidencia y sorteado los conservadurismos y tardíos procesos de modernización que han limitado históricamente su inserción en la vida política. 

En segundo lugar, y tal como lo demuestran los sondeos realizados, se evidencia que el género de quienes se presentan tiene menor relevancia para las personas votantes que las posturas en torno a temas económicos y migratorios -aun cuando ellos no son comprensibles en su cabalidad sin integrar el enfoque de género. Ello permite entender por qué no todas las votantes apoyan a otra mujer para ser presidenta del país. La igualdad de género no parece ser un problema social de la misma envergadura que otros temas país. 

Evidencia también que, en un escenario de estas características, las estadounidenses se enfrentan: liberales y conservadoras vuelven a debatir sobre el rol de las mujeres, su posición social, la autonomía de sus cuerpos. Los discursos sexistas y racistas de Trump y la postura de Harris frente al derecho al aborto a nivel nacional, vuelven a calar en la sociedad norteamericana y, como ha ocurrido en otros tiempos históricos, a debatir sobre el impacto del feminismo en las transformaciones sociales. Esto ocurrió también en el último proceso constituyente que vivió Chile y donde la discusión sobre aborto tensionó permanentemente el debate. 

Cómo no pensar en este contexto que hace un poco más de medio siglo Estados Unidos era el centro del pensamiento feminista, una reflexión radical y activista que reconocía la experiencia común de opresión vivida por todas las mujeres. Kate Millet y la Política sexual, Sumalith Firestone y La Dialéctica del sexo y, especialmente, Betty Friedan con La mística de la feminidad cambiaron la forma de mirar la condición de las mujeres. En efecto, en los años 60 y en pleno auge económico de Estados Unidos, se anunciaba que las raíces del malestar que no tiene nombre –la depresión y soledad de las mujeres- se anclaba en la circunscripción de su identidad a lo privado, al rol de madre y dueña de casa. 

Décadas después preguntamos por los nuevos malestares y por los motivos que explican que las mujeres voten por figuras que promueven abiertamente políticas que atentan contra su autonomía, contra derechos fundamentales en democracia y que afectan las biografías y trayectorias de las nuevas generaciones. Inquieta pensar, sin lugar a dudas, por qué los ideales de igualdad y autonomía no logran instalarse como una condición sine qua non de las democracias modernas. Y por qué con cada avance social, legal o político de las mujeres, emergen y se fortalecen las agrupaciones antiderechos. 

La pregunta es válida para nuestro país si miramos los resultados de las elecciones realizadas en Chile hace sólo unas semanas. Luego de algunos años de implementada la Ley de cuotas para la representación política de las mujeres, los datos no son alentadores. Sólo un 30% de las candidatas a nivel nacional fueron mujeres. El porcentaje más bajo fue para las gobernaciones regionales (23%) y el más alto para concejales (40%). La política nacional presentó menos mujeres, aun cuando la legislación ya había avanzado en reconocimiento de derechos. Avances y retrocesos, otra vez.  

Una vez más los esfuerzos colectivos deben intensificarse y conducirse hacia el reconocimiento explícito de la igualdad de género y los derechos de las mujeres y diversidades. En tiempos de avances y retrocesos es urgente reivindicar lo logrado y seguir consolidando lo que se ha iniciado. La Universidad de Santiago así lo comprende, y en este mes en que se aboga por la erradicación de la violencia contra las mujeres, abre sus puertas a uno de los más importantes festivales nacionales que, a través de distintas formas de expresión artística, reconoce a mujeres y diversidades sexogenéricas. Este sábado 16 de noviembre a partir de las 12.00 horas la Coordinadora FEMFest celebra 20 años de trayectoria con una decena de bandas en vivo, teatro, stands y conversatorios.

Este y tantos otros, son los lugares necesarios para reflexionar colectivamente y seguir construyendo el país y la Universidad que queremos. 

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