Académicos Dr. Pedro Palominos y Juan Barrientos: La viralización del teletrabajo

La implementación del teletrabajo nos está poniendo de frente con otra realidad que no estaba suficientemente relevada. El trabajo no es solo una actividad remunerada, ni un medio de conseguir recursos para la vida, sino que es también parte de la vida psicológica de las personas y por ende aporta una estructura que no es fácil de suplir cuando esta pasa de un momento a otro a realizarse en el hogar.

El avance del teletrabajo como modalidad laboral es innegable. Una situación que era prevista como cercana producto de los avances de la digitalización, la masificación en el acceso a la banda ancha, el crecimiento de las ciudades y la creciente demanda por servicios online, se ha hecho presente con la velocidad y viralización que el mismo COVID nos ha dejado.
Y es que no estábamos tan preparados en la práctica para afrontar este inevitable desafío de esta nueva revolución industrial, y como suele ocurrirnos, esperábamos que el paso de los años fuera mejorando la situación, al estilo del dicho popular que “en el camino se arregla la carga”, aludiendo a que poco a poco las organizaciones irían entrando en esta nueva realidad y con ello se irían ajustando en su forma de gestionar.
Sin embargo, no es una sorpresa para nadie que la pandemia del COVID-19 ha traído innumerables consecuencias en nuestros modos de vida. El uso de las mascarillas, la permanente limpieza de las manos y el tan poco humano distanciamiento social son conductas que permanecerán por mucho tiempo, pero también la forma en que desarrollamos y desarrollaremos nuestros trabajos se verá modificada.
Hemos descubierto que muchas de las labores que a diario hacían los y las trabajadoras de manera presencial eran posibles de realizar de manera remota, manteniendo e incluso mejorando los niveles de productividad. Ya reflexionábamos hace algunos años cómo era que nos trasladábamos grandes periodos de tiempo al día cruzando las ciudades de punta a punta para llegar a una oficina (o cubículo) en donde encendíamos un computador con Internet, para operar datos desde una base remota, preparando informes con documentos de la nube para finalmente enviarlos a otra persona mediante un correo electrónico o bien dejarlos nuevamente en la nube.
Es decir, el trabajo es remoto desde hace mucho tiempo, pero la pandemia nos puso de frente con la necesidad de hacerlo desde nuestras casas, o lo que es lo mismo, con la no necesidad de ir físicamente a las oficinas.
Desde luego, no todos los trabajos permiten esta modalidad, pues hay algunos que aun requieren de la presencia física de forma imprescindible, y decimos ‘aun’ pues no cabe duda que, más rápido que lento, todas esas funciones serán también automatizadas. 
Pero esta acelerada implementación del teletrabajo nos está poniendo de frente con otra realidad propia de la naturaleza del trabajo pero que no estaba suficientemente relevada. El trabajo no es solo una actividad remunerada, ni un medio de conseguir recursos para la vida, sino que el trabajo es también parte de la vida psicológica de las personas y por ende aporta una estructura que no es fácil de suplir cuando esta pasa de un momento a otro a realizarse en el hogar.
El trabajo permite a las personas la socialización, el desarrollo de sus potencialidades grupales, el espacio de desconexión de la vida doméstica y también nos da la posibilidad de distraernos en un ambiente diferente al habitual. Es de este modo que los principales dolores que han aparecido con el teletrabajo tienen que ver con la forma en que se ha implementado esta nueva y acelerada manera de realizar la vida laboral.
Las principales quejas de los trabajadores tienen que ver con el poco apoyo por parte de sus empleadores de dotar de equipamiento necesario, tales como equipos, conectividad, escritorios, sillas, etcétera, y más bien el teletrabajo se ha realizado con el mismo equipamiento, mobiliario y condiciones que las personas ya tenían en sus hogares previo a la pandemia.
También hay quejas relacionadas a que no se han realizado los necesarios acuerdos de desconexión que naturalmente deben haber puesto que la mezcla de las tareas domésticas con las laborales se vuelve tóxica, estresante y nada compatible.
Sin duda no es lo mismo trabajar dentro que fuera de la casa, aunque el trabajo propiamente tal sea el mismo. Se debe avanzar muchísimo en materias de fiscalización pues esta realidad no se irá con la pandemia, sino que permanecerá como la nueva manera de trabajar.
Pero así como la fiscalización debe ser realizada, también es necesaria la formación de una nueva competencia laboral relacionada con la capacidad de separar lo doméstico de lo laboral, de autodisciplina y de una permanente auto-observación en cuanto a cómo nuestro trabajo afecta nuestra vida hogareña y viceversa ya que al estar ambas esferas psicológicas en el mismo espacio físico, la confusión y contaminación cruzada es altamente tentadora.

Todo ha sido muy vertiginoso y no es extraño que la estructura administrativo burocrática de la fiscalización estatal de las condiciones laborales y la concientización de la nueva manera de entender el trabajo no vayan a la misma velocidad que el COVID, pero sin duda el éxito de las organizaciones, los trabajadores y trabajadoras de aquí en más dependerá de lo rápido que sean para adaptarse a esta irrenunciable realidad.

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