Hace cuarenta y nueve años, en la madrugada del 11 de septiembre de 1973, la Universidad Técnica del Estado se convirtió́ en una de las primeras víctimas del golpe de Estado perpetrado por las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile. Ese día, la Casa de Estudios iba a ser visitada por el Presidente Salvador Allende, quien asistiría a una exposición y anunciaría una salida democrática al momento social y político polarizado que vivía el país.
En Usach al Día quisimos reconstruir qué pasó los días 10, 11 y 12 septiembre de aquel año en la UTE, a través de seis estudiantes que estuvieron presentes en jornadas claves de la historia reciente de Chile.
Días previos
“La Universidad Técnica era única. Estaba a la vanguardia en todo sentido. Era una Universidad donde se respiraba cultura. Tenía una fraternidad maravillosa. Era la vida. Había amor, entusiasmo, acción; creo que tengo los mejores recuerdos de mi vida (…) Se hablaba de un golpe de estado, pero si tú no lo has vivido, no te imaginas qué repercusiones puede tener en tu vida o en la sociedad misma… es una cosa lejana. Es como hablar de una guerra cuando nosotros no hemos vivido una guerra. Entonces se hablaba de esto y decíamos que si sucedía nos tomábamos la Universidad”.
Marianela Vega (MV) - Estudiante Ingeniera del Tránsito UTE
“Previo al 11 veníamos participando de muchas actividades masivas. El proceso civil en esa época era muy complejo. Se hablaba de guerra civil y de fascismo. Había una situación compleja, incluso con las juventudes políticas. En ese tiempo las juventudes políticas sí existían en la Universidad y la relación con las juventudes de la Democracia Cristiana y del Partido Nacional eran bastante complejas… muy complejas. Por ejemplo, antes del 11 hubo reuniones de la Federación de Estudiantes de la Universidad Técnica del Estado (FEUT) y las juventudes políticas con la Democracia Cristiana que no llegaron a buen puerto”.
Emilio Daroch (ED) - Segundo vicepresidente de la FEUT - 1973
10 de septiembre:
“Estábamos terminando los detalles de la exposición `Por la vida siempre’, ya sabíamos que Allende iba a la Universidad y, en mi caso, supe que el Presidente anunciaría la ejecución del plebiscito. Esto es importante, porque hasta ahora hay gente que dice que eso no existe o no hay antecedentes fidedignos de que iba a ocurrir y lo hacen fundamentalmente para decir que la situación del país estaba estancada, que no había vuelta, etc. Y no es real. Había una fórmula. Y esa fórmula es la que iba a entregar Allende”.
Osiel Núñez (ON) - Presidente de la FEUT
“Había una convulsión en la Universidad, porque el 11 iba el Presidente. Yo trabajaba con la Federación de Estudiantes y había que recibirlo, entonces, estábamos preocupadísimos de esa parte. Estuve hasta muy tarde en la Universidad ayudando a montar la exposición “Por la vida siempre”, que parece ironía, ¿cierto? Después ese nombre me dolía… me sacaba ronchas”.
Iris Aceitón (IA) - Dirigente del IPT
11 de septiembre:
“Me dirigí rápidamente a la Universidad y lo primero que observo en las calles es a militares con brazalete salmón en el cuello y en el brazo, y armados en todas las esquinas. Entonces le pregunto a uno de ellos:
- ¿Qué pasa?
- No sé- me dice.
No tenía idea el pelao lo que pasaba. “A mí me dejaron aquí, a lo mejor estamos en presencia de un tanquetazo (alzamiento militar, julio, 1973)”, me dijo”.
Carlos Rebolledo (CR) - Estudiante de mecánica UTE
“El padre de una compañera la llamó y le dijo que los “leales al Presidente” eran los de cuellito naranja. En la mañana empezó a rodearse la Universidad con cuellos naranjas y nosotros decíamos “nos vienen a defender”. Estábamos absolutamente equivocados. Al rato nos llama un oficial y nos dice los de cuello naranja son los insurgentes, así que nos vimos rodeados rápidamente por fuerzas militares que eran contrarias a Salvador Allende (…) Nosotros creíamos que era un levantamiento menor y que había fuerzas leales, tal cual como fue para el tanquetazo. Pensamos, ilusamente, una vieja máxima que dice que las universidades son lugares autónomos donde no entran los militares, no entran los carabineros… pensamos que no nos iba a pasar nada” (ED).
“Llegué y vi rodeada la Universidad y pensé que tenía que entrar como fuera. Me acerqué a un milico y le dije a uno que mi hermana estaba adentro embarazada y con signos de pérdida, que necesitaba entrar, de lo contrario ellos serían los responsables de la muerte de mi hermana y de su hijo. Hablé con otros milicos y me dejaron entrar. Llego a la FEUT. Salían, entraban, nadie tenía la película clara. Se llama a un ampliado en el Paraninfo, yo me fui por la Escuela de Ingenieros anunciando el ampliado [sic] en el Paraninfo que estaba desbordado de gente” (IA).
“Básicamente la idea era estimular lo que había planteado la FEUT de tomarse la Universidad como expresión de apoyo a la Unidad Popular, de entregarlo todo en la defensa del Gobierno Popular, un Gobierno que nos interpretaba, de un Presidente que nos era terriblemente querido. Y con ese tenor se ejecutaron las asambleas, pero nosotros dejamos toda la Universidad con las puertas abiertas. De hecho, una cantidad significativa de estudiantes se fue, nos quedamos cerca de mil, esto ni siquiera es cuestionable, en absoluto. Quienes allí nos quedamos lo hicimos en plena conciencia que nos estábamos jugando todo” (ON).
“Nos organizamos en tres grupos: Casa Central (100 personas), Ingeniería (100 personas) y en la Escuela de Artes y Oficios (800 personas). A mí me tocó organizar a la gente de la EAO. Formar, tomar todas las medidas necesarias, porque había mucho tránsito entre los diferentes lugares. Era un grupo grande entre estudiantes, académicos y funcionarios. A eso de las tres dijeron que no se podían mover más, porque había toque de queda” (ED).
“A las tres de la tarde hablo con Gregorio Mimica y le digo qué pasa, y me dice vamos a cerrar. De ahí, nos escondimos en la Universidad, la cerramos. No dejamos entrar ni salir a nadie, porque, ya a las tres de la tarde arriesgaban su vida al salir. Luego nos fuimos a los lugares asignados” (CR).
“Víctor Jara estaba con Mauricio Pumarino, compañero del pedagógico, y me llaman. Voy, nos abrazamos, le digo “¡cuánto material vas a tener para escribir, Vitoco!”, y me dice, “vamos a salir de esta, compañera, vamos a salir de esta. Ten la convicción”. Nunca imaginé que no volvería a ver a Víctor” (IA).
“Cerca de las 18 horas una patrulla de militares, donde también participaba un oficial de Carabineros, pidió hablar con el líder de los estudiantes. Esto fue al frente de la Casa Central. Converso con ellos y me plantean lo siguiente: “Tenemos órdenes de desalojar este lugar antes de las 12 horas del día 12 de septiembre. Usted no me conoce, pero yo lo voy a cumplir”. En el intercambio yo le había dicho que nosotros estábamos en condiciones de salir, pregunto si había buses. Dijo que sí, pero el oficial de carabineros terció y dijo que estábamos a minutos del toque de queda. Por ende, quedó el compromiso con ese oficial que, al día siguiente, él llegaría con buses y distribuiría a los estudiantes a puntos neurálgicos de la ciudad, para que se fueran a sus casas. Con ese compromiso quedamos y se establece que ya no se puede circular más entre Casa Central y la EAO” (ON).
“Empezó a oscurecer. Nos quedamos en salas. Yo estaba en la oficina de mecánica y ahí me quedé y con un hambre terrible. Empecé a buscar algo para comer, no había comida. Aparte estaba el rumor que habían envenenado el agua. Temíamos tomar agua y empezó la noche” (CR).
“Me acuerdo de estar en el laboratorio de electricidad (…) Esa noche mirábamos el cielo y veíamos cómo pasaban las balas, los colores, las llamitas que pasaban. Y nos pusimos a esperar... esperar no sé qué cosa, porque se hablaba que venían los militares del norte. Llegaban muchas ideas e historias que no eran verdad” (MV).
“En la noche, nos enteramos que le habían disparado al Salvaje, Hugo Araya, el fotógrafo de la UTE. Andaba fotografiando y filmando por el gimnasio viejo y por los patios (…) Quizás pensaron que su cámara era un arma, pero lo dejaron herido… desangrándose, así que lo llevaron al gimnasio” (ED).
“Tipo nueve de la noche me dicen que ayude a un compañero que estaba baleado. Me fueron a buscar porque yo me había anotado en una lista y sabían que tenía algo de experiencia en primeros auxilios. Para eso había que cruzar toda la Escuela de Artes y Oficios. Tuvimos que ir reptando por cada uno de los pasillos hasta llegar a ese lugar, ya que estaban disparando por todas partes. Al llegar al gimnasio de la UTE, el compañero estaba tapado con una frazada. Me pasaron medicinas por si yo podía hacer algo, pero miré y no era posible. Tenía un forado en la espalda, que al mirar pensé que si intentaba hacer algo, el compañero se iba a desangrar. Mejor esperar a que llegue alguien, porque se estaban haciendo las gestiones para que vinieran a atenderlo. Yo me quedé con él toda la noche”.
“Todo ese tiempo pasó por diferentes estados. Muchas ganas de salir y después volvía a la pasividad. Quería conversar sobre qué iba a ocurrir. Así pasamos la noche. En un estado de conversación, de somnolencia, temperaturas, después se ponía frío, a veces temblaba. Yo sentía soledad, pero porque estaba sola con una tremenda mochila y no veía a mi lado qué se estaba diciendo, qué estaba pasando. No sabía. Como a las seis de la mañana, él empezó a perder las fuerzas definitivamente hasta quedarse dormido”, Marcela Lizana (ML)– Estudiante UTE.
12 de septiembre:
La mañana del 12 de septiembre la Universidad amaneció con artillería de guerra bombardeando la Casa Central.
Casa Central
“El oficial no cumplió su promesa de dejarnos salir. Querían mantenernos ahí y después fue el mismo militar, junto con Marcelo Moren Brito, quien encabezó el asalto a la Universidad. Lo primero que se ataca, ese día cerca de las siete de la mañana, es la Casa Central. Yo he señalado que fue fortuito que no tuviéramos bajas en esta parte de la Universidad. ¿Por qué? Porque cuando empiezan los tiroteos en la noche (11 sept.) en la EAO, la secretaria del rector Kirberg, María Victoria, entra en un ataque de nervios. Le calmamos y nos dimos cuenta de que había una situación muy feble desde el punto de vista emocional y tomamos -no me acuerdo con qué dirigente- la medida de reunir a todas las personas en la sala del Consejo Superior, porque tenía un par de estufas. Era una noche que se sentía fría y sin alimento todo el día; entonces estar con un grupo te daba fortaleza. Por lo tanto, de alguna manera, resolvíamos el tema de la temperatura, pero no pensábamos desde el punto de vista de la seguridad de que ese espacio era lo único sólido. El resto eran cristales”.
“Las únicas excepciones fueron el rector que estaba con la señora Inés, su esposa, más su secretaria, un par de funcionarios, nosotros dirigentes estudiantiles, que estábamos a dos oficinas de la de él, y el resto en la sala de Consejo. Llegaron a muy pocos metros los dos cañonazos”.
“Cuando salgo el pasillo que da a la calle (El Belloto), estaba prácticamente lleno y me tiro al piso, igual que todos, en el único espacio que estaba vacío. Pasó muy poco rato y un oficial pregunta por “el líder” que había tenido la reunión con ellos (militares) el día anterior. Me identifiqué. Comienza la primera golpiza”.
“En medio de los culatazos y patadas aparece un oficial y pregunta por qué me están pegando, le comentan que soy el líder. “Déjenmelo a mí”, dice. Era Marcelo Moren Brito. Me lleva al patio de Las Rosas, me coloca en la muralla pide un tirador escogido y le pide que, a la primera respuesta poco adecuada o silencio que me disparen a la rodilla, después al estómago y en tercer lugar a la cabeza. Entonces me hacen identificar mi militancia, mis responsabilidades, obviamente, dónde estaban las armas que no teníamos. Insisto en la inexistencia de armas, lo que significa la primera orden de fuego. A diez centímetros del hombro derecho. Moren Brito, yo no sabía quién era él en ese momento, se pone a insultar al soldado. “Dispárale al estómago”, le grita al militar. “Bueno, yo sé que tú eres comunista y no crees en Dios, pero te recomiendo que empieces a rezar, porque ahora te mueres. Tienes un minuto”, me señala”.
“Pero llega un uniformado y le dice algo a Moren Brito. Este se retira y lo vuelvo a encontrar muy iracundo dando instrucciones de cómo poner los cañones para disparar a la EAO, y yo les digo “no pueden disparar, porque esa Escuela está llena de estudiantes”. No me ponía atención. Y en un momento se da vuelta y me dice “¿por qué no salen?, le digo “¿cómo van a salir si les están disparando?”. Ahí se produce una iluminación. Le digo “déjeme ir a decirles que salgan, pero dejen de disparar”. Reflexiona un rato y me dice: “Bien, pero ahora sí que te estás jugando la vida”. Me sacaron por Las Sophoras”.
“Una vez que tenían preparado todo, Moren Brito me entrega la instrucción que yo debo caminar por el centro de la calle. Esto era como una película, porque había árboles en esa ruta, los militares apuntando y les dice que ante cualquier movimiento raro o intento de correr deben disparar. Llego al primer lugar acordado, grito, me identifico y les digo a las/os compañeras/os que no tengan miedo, que salgan y aparece un funcionario a la puerta. Se devuelve. Moren Brito grita “¡¿qué pasa?!”, yo le indico que está con llave. Luego aparece el mismo funcionario, abre y empiezan a salir todas las personas que ahí estaban y los van colocando en la calle guata al suelo. Después hacia la entrada de la Escuela de Artes, había una puerta chica al lado de la cancha. Lo mismo, me identifico. Nada. Ni una respuesta. Grité no sé cuántas veces. Moren Brito me dice: “Tiempo. Se acabó. Vamos a entrar”. Me permitió gritar un par de veces más, pero no apareció nadie. Entonces un camión, de los mismo que tiraban los cañones botó un portón y por ahí entraron dos filas de soldados corriendo y yo detrás” (ON).
“¡Cabros, entraron los milicos!"
“Como a las siete de la mañana, cuando dejaron de disparar, recorrí y empecé a meterme en los escritorios de los profes a ver si me encontraba algo para comer y lo único que encontré fue un limón. Pero me lo eché al bolsillo igual; después me hago una limonada, pensé. Tenía hambre, a esa edad a uno le da hambre. En ese momento alguien gritó, “¡Cabros, entraron los milicos, entraron los milicos!” (CR).
“Entraron disparando, golpeando a la gente, tirando a todo el mundo al suelo del patio de la EAO, disparando por encima; fue bastante fuerte ese momento. Cuando estaba boca bajo y con la mano en la nuca, tenía un milico al lado que disparaba y entonces yo decía me levanto, le quito la ametralladora y mato a un par, me van a matar igual, pero que me importa. Éramos jóvenes que teníamos entregado el corazón a la causa” (ED).
“Yo salgo de los laboratorios atravieso el patio de la EAO, voy al casino de la China, donde había dejado mis cosas. Veo un militar que dispara hacia el interior de la Universidad. Yo esto lo siento como un gran impacto en mi cara. Veo mis manos que estaban llenas de sangre, con pedacitos de hueso… Me doy cuenta que mi vida empieza a irse. Me di vuelta y ahí me llegaron otros disparos en la espalda. En total fueron cuatro”.
“Sé que alguien me arrastró a la enfermería. Yo lo único que pedía era que me cosieran rápidamente, porque estaba muriendo y me pusieran la (inyección) antitetánica. Quizás la escuché o donde la leí, no tengo idea... Solo sé que me estaba yendo, era sensación placentera, de una gran ternura. No sé explicar ese momento (se quiebra)… es difícil sentir cuando la muerte llega. Sé que una persona me cosió, me puso la inyección, quedé ahí no sé cuánto tiempo, porque la ambulancia no llegaba. Fuimos al Hospital San Juan de Dios y seguía hablando. No sé cómo hablaba. Me acostumbré a hablar sin abrir la boca, porque al final perdí todo el sector derecho de la mandíbula inferior. Tuve fracturas múltiples y pérdida de hueso”
“Llegué al hospital, me recibió el jefe de maxilofacial. Me dijo que no hablara. “Esté tranquila, porque yo soy socialista y la voy a ayudar, porque los militares se están llevando a las personas desde acá”, me explica. Estuve muchas horas sentadas en una silla de dentista, que fue donde me operó. Recuerdo que le decía que no le avisara a mi mamá. “No la llame. Solo si estoy viva o muerta después de la operación”, le indiqué” (MV).
“Tratamos de deshacernos de cualquier cosa que nos evidenciara que éramos de un partido político. Yo pertenecía a las Juventudes Comunistas, tenía mi carné y me acuerdo que lo tiré por un rincón. Nos decían por altoparlantes que eran de las Fuerzas Armadas de Chile, que la Universidad la tenían tomada y que nos daban diez segundos para salir con manos en la nuca y corriendo”.
“Fuimos corriendo al segundo patio, donde hay una fuente al centro. Nos tienden en el patio. Recuerdo muchos gritos de mujeres, de hombres, de dolor, fue un allanamiento violento, había harto terror. Nos tiran al suelo, con la cabeza hacia el poniente, pie derecho sobre el izquierdo, manos en la nuca, no podíamos mirar para el lado, ni hacer ningún movimiento. Trataba de mirar, llegaba a ponerme turnio por si podía ver algo. La gente se empezó a orinar… muchos con miedo, con mucho terror” (CR).
Mujeres al Ministerio de Defensa
“Un milico me saca del pelo de la sala donde había dormido, me tiran a un pasillo donde había más compañeras/os y nos empiezan a pegar. A preguntarnos por las armas. Hasta que me tiran al primer patio. Estaba lleno de cuerpos de guata en el piso. Ahí nos tienen no sé cuántas horas. Yo me ponía las manos entre las piernas y no las sentía por el frío de las baldosas. En ese momento viajé. Me hice niña, vi a mis hermanos, a mi madre, a mi pareja que no sabía cuál sería su destino, y, finalmente, nos sacan y separan a los hombres de las mujeres” (IA).
“Cuando llegaron los milicos me preguntaron por qué le dispararon (a Carlos Araya), por qué tienen olor a pólvora, por qué, por qué, y ahí dije aquí estoy mal. Tengo que salir. Pedí permiso para ir al baño. Fui al baño y después no quería salir. Cuando lo hice no me acuerdo si me mandaron o fui sola, pero quedé en las primera filas de las personas que estaban de guata en el patio de la EAO. Yo tenía mucho, mucho miedo.. No sé cuántos éramos, pero éramos muchos. No nos sacaron inmediatamente por Ecuador. Fuimos por la actual calle Kirberg, pasamos por la Casa Central que estaba despedazada. Por todos lados se veían papeles y había un olor a pólvora absoluto. Lo primero que recuerdo de ese día es el olor de la mezcla de sangre con pólvora… eso no se me olvida nunca. A las mujeres nos subieron a un bus que nos llevó al Ministerio de Defensa” (ML).
“Antes de llegar a la Alameda nos hicieron tres simulacros de fusilamiento. Eso supe después que se llamaba así. Todas a la pared, manos arriba y el milico mayor daba la orden de fuego. Yo con los ojos cerrados no quería abrirlos. ¿Esta es la muerte?, pensaba. Pero no duele. Y empiezo a abrirlos y veo cuerpos tirados. No nos mataron, pero se habían caído al suelo por la sensación de ser fusiladas. Luego nos tiraron a una micro, recorrimos la Alameda que estaba gris… todo estaba plomo. Nos metemos por Nataniel y nos ponemos al frente del Ministerio de Defensa. En el edificio había francotiradores y los milicos se bajan y nos dejan a nosotras arriba. En un momento me levanto y miro para afuera, ahí veo a Don Enrique Kirberg apuntalado entre fusiles. Iba con un terno empolvado, chascón, lo veo altivo, sin miedo, lo veo hermoso (…) Esa visión es muy particular… la guardé para siempre”.
“Luego, nos devuelven al Estadio Chile y empiezo a reconocer compañeros heridos. Nos registraron nombres completos, carrera, partido político, carné, el carné de la Jota alguien nos los pidió y los escondió. Los milicos nos dijeron “las vamos a largar en el centro. Hay toque de queda, así que tienen que ir con los brazos en alto. Los militares tienen orden de matar” y nos tiraron en el centro. Eran como cuatro micros de funcionarias, académicas, pero la mayoría éramos estudiantes. Llegué a mi casa en San Miguel y la puerta estaba cerrada. Luego me abrió mi mamá me dijo que me bañara, pero no quise. Me sirvió una leche caliente y dormí, dormí y dormí” (IA).
“Como en Rondizzoni me soltaron y me fui a mi casa. En ese trayecto me detuvieron muchas veces. Lo único que quería era llegar. Llegué a mi casa atardeciendo” (ML).
Hombres al Estadio Chile
“Nos sacaron y nos subieron a una micro. Íbamos todos agachados, cosa que la micro se viera vacía. La pesadilla no había terminado. ¿A dónde nos llevan? El temor a ser fusilado era lo otro. Nos llevaron al Estadio Chile. Ahí empezó día a día la pesadilla. Balazos, gritos… olor a muerte (se quiebra)” (CR).
“La entrada al Estadio Chile fue muy dura, de mucho golpe, con el sistema sácale trote, que consistía en estar con las manos en la nuca trotando como una hora. Menos mal que éramos jóvenes. Nosotros inauguramos el Chile como grupo grande. Creo que éramos 300 o 500 personas que caímos presos ahí” (ED).
“Los de la UTE fuimos los últimos en salir del Estadio Chile. Nos hacen bajar a la cancha y nos pasan una hoja para inscribir a los compañeros de la Universidad y empecé a anotarlos junto con otro compañero. Veo que se acerca Víctor Jara todo machucado. Él tenía el cabello crespo, pero se le notaba en el casco los cototos que le dejaron los golpes y pregunta “dónde me inscribo para salir”, y le digo “aquí, si tú eres de la Universidad también”. Empieza a llamarnos el mismo milico que le decían “El príncipe”. Cuando nombra a Víctor, él va saliendo y le grita “vo no (sic), quédate acá”. Así que se quedó solo en el recinto”. (CR)
Reflexiones a 49 años de los hechos
“Había una acción directa contra la UTE. Director comunista, movimiento estudiantil poderoso, nosotros estábamos en todas, el hecho que Allende hubiera querido ir a la Universidad Técnica, todo eso hacía que la UTE estuviera en uno de los planes, no sé si hacerla desaparecer, pero por lo menos atacarla. Había un tema ideológico-político en contra de la UTE” (ED).
“La gente que se quedó en la Universidad, se quedó sabiendo que estaba en desarrollo el golpe, donde el pellejo realmente se ponía en juego, y se quedaron con toda esa convicción. Eran muchachas/os que estaban estudiando, esto es real, por la existencia del Gobierno Popular, por lo tanto, allí había una suerte de decir “no puedo tener si no esta actitud” con un gobierno que en términos reales abrió la posibilidad a sectores para los que siempre estuvo marginada la Educación Superior. Fue la primera Universidad que en términos reales abrió esa posibilidad en Chile (…) Estábamos defendiendo un ideario de dignidad, ideario de ver un país realmente soberano, de verdad libre, eso es increíble” (ON).
“Quizás todavía me llega esa amargura (se emociona), esa tristeza a pesar de que han pasado tantos años y duele, duele mucho porque me truncaron, me quitaron la vida, el entusiasmo, los principios, los ideales, la lucha de tantos años porque no todo comenzaba ahí, sino que de tantos años atrás por querer una sociedad nueva. Renovada (…) Muchas veces me pregunté por qué a mí (se emociona), si yo tenía 21 años, no le hecho mal a nadie… Probé la soledad, la pena, el dolor por tantos años… tantos años”.
“En estos momentos yo no siento rabia. (…) en 2015 en la Expo Milán de 2015 ayudé al muralista Mono González a pintar, como traductora y con los contactos acá en Italia. Entonces, llegaron delegaciones de Carabineros. Cuando terminamos de hacer los murales, me despedí de un carabinero de origen mapuche. Me acerqué y le dije que le quería contar una historia. Le conté lo que me había pasado en la Universidad Técnica. Este muchacho con grado me abrazó y me pidió perdón a nombre de la Institución y me dijo: “no todos somos iguales. Yo también soy padre”. Lloré y él lloró. No sé en qué está en este momento, pero ahí fue mi sanación. Con la rabia no se puede vivir. Con la memoria sí, para que nunca más suceda, pero con la rabia te castigas y mueres otra vez” (MV).