Nueva República y Salud: ¿El marco para una nueva institucionalidad sanitaria?

La convergencia actual de eventos políticos y sociales, producto de la crisis social que supera los 40 días, puede transformarse en una oportunidad para dotar al país de una institucionalidad que mire al largo plazo en salud, donde desfilen, piensen y tomen decisiones los más destacados intelectuales sanitarios del país, independiente de sus colores partidarios.

Desde la firma del acuerdo transversal por una nueva Constitución, resulta bastante claro que, dentro de los próximos años, tomará forma ante nosotros una nueva dinámica de las instituciones republicanas.  Su alcance es aún desconocido. La lógica nos dice que el día después de la aprobación de una nueva Carta Fundamental no despertaremos en un país nuevo, sino que más bien, muchas de nuestras estructuras y lógicas podrían mantenerse, aunque remozadas, esperemos, por un proceso de reflexión crítica que ya se inició entre la ciudadanía y muy lejanas a las escenas más oscuras de los últimos meses.
En el área de Salud, esta puede ser la oportunidad que esperamos. Si los líderes académicos y sociales no bajan la guardia, este punto puede ser de inflexión para la salud física y mental de la Nación, llevando esta temática al primer plano.
Chile siempre ha cuidado con pinzas su macroeconomía y sus relaciones internacionales. Para estos ámbitos se ha contado con la estable figura del Banco Central y de una política internacional que trasciende a los signos políticos del Gobierno de turno o las variables preferencias de la mayoría parlamentaria. El ejemplo del ente regulador económico tiene mucho de lo que podemos aprender. Aunque hay en su interior naturales sensibilidades políticas que pueden ser divergentes, se ha buscado proveer a su institucionalidad de carreras intachables y conocimientos técnicos suficientemente respaldados por másteres y doctorados. Adicionalmente, se les da a sus integrantes la tranquilidad de poder pensar con independencia y operar a largos plazos que exceden el ciclo político.
A muchos nos asiste hoy la convicción de que tener un país con ciudadanos sanos es tan relevante como uno ordenado económicamente y con una buena imagen internacional. Combatir la inflación y el desprestigio nos parecen hoy tan importantes como pelear contra la obesidad, el sedentarismo, el cáncer y las inequidades en salud.
No es nuevo señalar que la convergencia actual de eventos políticos y sociales puede ser una oportunidad para dotar al país de una institucionalidad que mire al largo plazo en salud, donde desfilen, piensen y tomen decisiones los más destacados intelectuales sanitarios del país, independiente de sus colores partidarios. Esta oportunidad, puede amparar las medidas que sólo tienen sentido cuando se toman de manera reflexiva y mirando a un amplio horizonte.
De esta manera, las vacunas, las actividades de promoción de la vida saludable, el financiamiento de la atención primaria y muchas otras políticas públicas no se verán amenazadas por criterios que nada tengan que ver con optimizar la salud de la población
Además, no digo nada nuevo porque algo similar ya pasó en Chile. Cuando el Dr. Jorge Mardones Restat lideró la formación del Servicio Nacional de Salud, cambiándole la cara al sistema sanitario del país, los programas de salud de todos los candidatos presidenciales de la época habían coincidido en que este paso era imprescindible, independiente de quién se impusiera en las elecciones.
El impacto de esta decisión colectiva, más allá de las trincheras de la década en curso, hizo que el sistema de salud de Chile fuera objeto de estudio y replicación.
Diversos estados miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ostentan estructuras que apuntan en esta dirección. A modo de ejemplo, el consorcio público conocido como National Institutes of Health de Estados Unidos, no sólo provee información y educación en salud para profesionales y pacientes, también financia líneas de investigación a largo plazo, realiza eventos, edita publicaciones, forma especialistas clínicos e investigadores científicos, sino que además ha gestionado la formación y consolidación de centros de investigación de nivel mundial que buscan levantar conocimiento que responda a las necesidades de la población, otorgándoles independencia para brillar en el mundo de la ciencia de frontera de manera autónoma.
¿Se detienen estas actividades por las elecciones municipales, parlamentarias o por un cambio de signo de la figura presidencial? Difícilmente, porque se ha erigido una Muralla China entre las urgencias sectoriales o partidistas en pro de resguardar el equilibrio y el ritmo de las acciones sanitarias. Adicionalmente su director, un médico genetista, cuenta con un PhD, una década en el cargo y una historia profesional vinculada a la institución. Los presidentes Obama y Trump, desde sitiales políticos y estilos tan diferentes como es posible, lo han ratificado en su cargo.
Con esta estabilidad, sin lugar a dudas, ha ganado la salud de los ciudadanos y la generación de conocimiento científico aplicado que ha cambiado y seguirá cambiando el curso de la investigación a nivel mundial.  En el caso chileno, ante una ciencia local que lucha por mantenerse haciendo un trabajo de alta calidad a pesar de las incontables dificultades del entorno y un sistema público de salud que se ve interpelado a financiar terapias nuevas y costosas, optar por una orgánica sanitaria de mayor independencia y poder resolutivo se transforma en un imperativo ético.
Es más, al mirar nuestra historia tan dependiente de los recursos naturales, cualquier estrategia que promueva la investigación e innovación aparece como una urgencia para diversificar nuestra matriz productiva. Esto, como dijera un destacado científico local, “antes de que se nos agote el último átomo de cobre”.
Este desafío correrá por un carril independiente del sistema político e incluso económico que emerja del proceso constituyente. Lo respalda el hecho de que países con economías de mercado y socialdemócratas, presidencialistas, regímenes parlamentarios y monarquías constitucionales han visto la necesidad y las ganancias asociadas de una orgánica como la descrita, asistiendo a importantes mejoras en los indicadores sanitarios de sus pueblos y logrando generar un ambiente que favorezca la aparición de innovaciones, muchas de las que han sido promovidas orgullosamente por el mundo por los gobiernos de los países que las vieron nacer.
¿Queremos que los niños de comunas pobres y ricas aspiren a una vejez igual de sana? ¿Nos interesa que la niña que juega a la doctora o a la científica pueda ver materializados sus sueños sin impedimentos socioeconómicos o geográficos y sin tener que migrar al hemisferio norte? Con toda seguridad sí. No existen dos respuestas entre los profesionales de la educación o de la salud. Y entre quienes hemos estado vinculados al mundo público: Dudo que alguna lectura se aleje de la conclusión de que, así como la política monetaria, la judicatura, el ministerio público, la contraloría y la política internacional refuerzan la democracia cuando piensan, planifican, actúan bajo altos estándares técnicos, de manera independiente, pero transparente frente a la ciudadanía, un “Instituto Nacional de Salud”, o como se decida bautizarlo de concretarse, puede ser un pilar más para sostener y darle mayor eficiencia al sistema democrático en las próximas décadas.
Si los actores de hoy llegan a un acuerdo en salud que contemple esta posibilidad, podemos dar este paso, buscar una institucionalidad similar a los líderes sanitarios de la OCDE y pasar a la Salud Pública chilena a las grandes ligas de las políticas públicas. Esto implica una pérdida para algunos, ya que disminuirá la cantidad de cargos públicos que pueden ser usados como pago de favores. No obstante, parece un obstáculo menor ante una élite política y económica que ya han reconocido la necesidad de renunciar a sus privilegios. En la otra vereda, la de no innovar, está la opción de una salud que sigue estancada entre las presiones de la política partidista y los escasos recursos.

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