Opinión de la Dra. Diana Aurenque, Vicedecana de Investigación y Postgrado, FAHU y Simón Pérez, Coordinación de Vinculación Estratégica VIME
Absortos en nuestras ocupaciones cotidianas, pareciera a veces que la historia e incluso nuestras propias vidas, pasaran por sobre nosotros. Implacables se suceden los días y las tareas, a la vez, con una inevitabilidad por momentos pasmosa.
Sin prisa, pero también de manera irreversible.
Esa es una de las premisas de Years and Years (2019), la inquietante coproducción de la BBC con HBO, que con el correr de las semanas se ha transformado en una propuesta de culto y se encumbra como una de las grandes miniseries del año. A la altura del fenómeno Chernobyl y en la senda de propuestas distópicas ya consolidadas como Black Mirror.
La historia, que comienza a fines de 2019, es aparentemente sencilla. En ella, se narra la trayectoria de la familia Lyon asentada en Manchester, exponiendo las insospechadas travesías que enfrentarán a lo largo de quince años claves de la sociedad inglesa, atiborrados de significativos cambios políticos, económicos y tecnológicos.
Quizás, lo más perturbador, es que su trama se inicia en un periodo de tiempo excesivamente cercano a nuestra realidad. Y, en ella, los cambios expuestos comienzan a resquebrajar la cotidianeidad de cada uno de los protagonistas.
Lo problemático, en este escenario, pareciera ser no solo la avasalladora consolidación de los grandes cambios sociales; sino cómo estos se fueron tejiendo con cautela, pero con una implacabilidad inquebrantable. Pero también fulgura luces de lo que podríamos ser o, más grave aún, de lo que estamos siendo y haciendo, sin que tomemos un segundo para reflexionar sobre nuestro rol en la construcción de los diversos recovecos que componen nuestro estar en el mundo.
El relato, en paralelo, lo compone la trayectoria política de Vivienne Rook, una carismática empresaria y aspirante a parlamentaria con tintes neofascistas -con un meteórico ascenso-, interpretada por la ganadora del Óscar, Emma Thompson.
La invitación es a observar la serie con cautela. Ello se debe a que, en términos generales, nos plantea la inquietud legítima de lo que podría ocurrir cuando solo vivimos, desapegados y desinteresados. Cuando la reflexión, la duda, la curiosidad, dejan de formar parte de las acciones que realizamos cotidianamente.
Y, vale la pena enfatizarlo nuevamente, en un futuro inquietantemente cercano.
Hannah Arendt, la célebre filósofa alemana, planteó hace más de cincuenta años su polémica reflexión sobre la “banalidad del mal” en su ensayo Eichmann en Jerusalén, donde analizó el rol que jugó el criminal de guerra alemán como teniente coronel de las infames Schutzstaffel (SS).
Quizás lo más inquietante de dicho ensayo, y que ha generado innumerables debates e interpretaciones durante décadas, consiste en la tesis de que cada uno de nosotros, en contextos extremos, podría formar parte de una maquinaria de exterminio.
Lo interesante de la tesis de Arendt, es que dicha capacidad de obrar radicalmente mal, no radica en que tengamos una tendencia natural a la crueldad o que poseamos una esencia maligna. Se trata más bien de que cualquiera de nosotros, en contextos donde se actúa y obra sin discernimiento autónomo, podría ser parte de un engranaje malévolo, sin siquiera notarlo. De ahí que la filósofa nos habla precisamente de la “banalidad del mal”.
Ser sujetos autónomos implica y exige siempre de nuestra reflexión; y ello requiere, de vez en vez, detenernos un segundo, retirarnos de las actividades cotidianas, y poner entre paréntesis el hacer para dar cabida a un pensar más sereno o meditativo –como lo llamará Heidegger, maestro de Arendt. Solo mediante la reflexión autotransparentadora acerca de lo que somos, atenta al mundo que habitamos, logramos ser cautelosos ante lo que nos rodea y gobierna, y así más responsables incluso en la más implacable de las burocracias o maquinarias impersonales que habitemos.
Por lo mismo, en un escenario como el actual, con cambios avasalladores en ámbitos diversos, con la digitalización de las relaciones sociales, crisis migratorias, colapso de la legitimidad de las instituciones tradicionales, automatización del trabajo e, incluso, de un progresivo cuestionamiento sobre la democracia como la mejor forma de gobierno, merece la pena preguntarnos por nuestro rol como ciudadanos, el tuyo, el mío y el nuestro, y evaluar un instante la dirección que estas transformaciones están tomando.
Desde luego, la clave está en dar espacio al pensar autónomo y libre. Sin duda alguna, la filosofía representa precisamente aquella disciplina que de forma ejemplar permite y busca desarrollar este tipo de pensar. Aquel ámbito del conocimiento que sirve precisamente sin servir a nada más que a dar cabida a la libertad que somos –pensando(nos). En tiempos de penurias políticas globales como las actuales, del dominio aparente de la técnica por sobre lo social y/o humano, ella se reactualiza en una nueva voz exigida por el espacio público –por la misma plaza pública –ágora- que amaba Sócrates.
Y no cabe duda de que hay muchas iniciativas a nivel universitario y propio de organizaciones sociales, comunitarias, que avanzan en esa dirección. Mas una de ellas inspira y emociona: La 5ta Versión de Debates Interescolares de Filosofía impulsado por la Universidad de Santiago de Chile. Estos debates buscan actualizar la relación fecunda entre filosofía y sociedad, estimulando la reflexión en jóvenes secundarios y secundarias, aplicando planteamientos y teorías aparentemente abstractas y lejanas, a problemas concretos de nuestro mundo.
Definitivamente ahí está la clave.
Como estos jóvenes que desde distintas regiones del país debaten asuntos de filosofía política, atrevámonos también los mayores a aprender a debatir con razones, a argumentar con fundamentos y a asumir que nuestra gracia radica precisamente en ser mucho más que un mero eslabón en una cadena infranqueable que llamamos sociedad.
No se trata pues, de demonizar los cambios, sino en que seamos más conscientes de la dirección que toma nuestro mundo; evitando así la inacción, la desidia y una cierta resignación hacia lo supuestamente inevitable, como de manera magistral nos advierte “Years and Years”.
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En un escenario de cambios avasalladores en el mundo con la digitalización de las relaciones sociales, crisis migratorias, colapso de la legitimidad de las instituciones tradicionales, automatización del trabajo, entre otros acontecimientos, no hay tiempo para detenerse y reflexionar. No obstante, hay luces que se encienden y parecen advertirnos sobre nuestro verdadero rol como ciudadanos, para dar paso a un pensar autónomo y libre.
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