Derecho a decidir y participar: ¡Apuren el tranco!

La académica de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Santiago, Paula Walker, se refiere en esta columna de opinión publicada por La Tercera, a la necesidad de que el Gobierno escuche las demandas de la ciudadanía, que en las distintas manifestaciones sociales, donde no hay líderes ni demandas únicas, exige cambios profundos para el país.

Tengo dos amigas que son hermanas y crecieron entre Buin y Batuco. A poquitos kilómetros de Santiago, sin embargo tan lejos de la capital y de sus privilegios. Para ir al colegio viajaban en una micro carísima, toda rota, de pie, de madrugada, y siempre maltratadas por los choferes porque pagaban estudiante. Las dos fueron a la Universidad, las dos tienen CAE. Ambas trabajan en la actualidad en contacto directo con el territorio, son creativas y se dedican con un cariño inmenso a ayudar a sus comunidades, empoderarlas y fortalecer las redes.

Ambas han pagado ya casi tres veces el valor de sus respectivas carreras. Las he visto durante años postergar incluso gastos de primera importancia pero pagar religiosamente su crédito. Las he visto llorar de rabia, porque para ellas (para miles de ellos y ellas) haber soñado con la universidad lo han pagado caro: cargan con una deuda gigantesca, impagable, que les cierra puertas incluso para encontrar trabajo. Y sin embargo, nunca han fallado, nunca dejan de pagar. Son ciudadanas ejemplares.

Como ellas, el país está repleto de personas ejemplares. Amables, trabajadoras, cariñosas, responsables. Son adultos y adultas a cargo de sus vidas y se las arreglan todos los días para que la plata alcance, los hijos y las hijas vayan a estudiar y en la mesa la comida no falte. El problema es cuando se enferman, o tienen un accidente, o alguien les roba, o quieren ir al cine, o comprar un libro, para qué decir ir de vacaciones en familia, o salir a comer, o ir a la universidad. Ahí ya no se puede, porque aunque trabajan más que nadie, la plata no da.

Esas personas, que son la inmensa mayoría de Chile, que organizan completadas, donan plata para causas solidarias, cuidan hijos ajenos, cuidan a sus padres y madres, a sus enfermos y los de la cuadra, sueñan que algún día (algún día no lejano), sus hijas e hijos harán lo que ellos no pudieron hacer con sus vidas.

La cosa es que la tarde del 18 de octubre algo pasó y la rabia cundió. En este movimiento no hay líderes, no hay peticiones únicas, no hay financiamiento internacional. Hay hastío, cansancio y ganas de vivir mejor. De ser viejo y no andar pidiendo frutas y verduras podridas en las ferias, ni andar por horas caminando porque no hay plata para la micro, ni tener que pasar el verano encerrado entre cuatro paredes porque en kilómetros a la redonda no hay árboles ni plazas, ni agua fresca.

Mis amigas son alegres, solidarias y están llenas de esperanzas y proyectos. Si alguna de ellas fuera elegida para ser delegada de una Asamblea Constituyente, yo me sentiría orgullosa de que me representaran. Sabrían de verdad dónde están los problemas y actuarían con responsabilidad y sentido de urgencia.

¿Qué más necesita el gobierno para comprender? ¡Apuren el tranco! Hay millones de ojos mirándolos y esperando que lideren, que estén a la altura, desde el Presidente pasando por todas las autoridades nacionales, regionales y locales. Queremos ejercer el derecho a decidir y participar. Un cronograma y un objetivo pronto.

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